Más de dos

foto de Blasco Visual Studio

Es cosa de dos. Y debería seguir siendo solo cosa de dos, pero nos empeñamos en hacer de la búsqueda del embarazo, la gestación y la crianza algo que parece ser de interés público. Y esto durante el embarazo de Arlet me sorprendió, pero con el embarazo de Cloe no me apetece ni siquiera ser políticamente correcta.

Empezamos por lo que creo que ya te he mencionado alguna vez. Esa temible pregunta de “Y vosotros, ¿cuándo os animáis?”. ¿Te pregunto yo a ti si hoy has follado? ¿Sabes por qué cosas pasamos mi pareja y yo? Quizá nunca nos planteamos tener hijos hasta que en nuestro alrededor empezó la fiebre por la realización personal a través de la crianza.

O quizá el embarazo es eso que deseamos con todas nuestras fuerzas, que llevamos intentando desde hace dos años. Quizá estamos por un proceso económicamente y anímicamente devastador de reproducción asistida. Quizá nada nos está funcionando. Y no necesito que tú nos preguntes cuándo nos animaremos, porque precisamente animados no estamos.

Y obviamente cuando tengáis uno no será suficiente. Necesitáis oír eso de “¿cuándo vais a buscar la parejita?” Aunque llevéis meses sin dormir. Aunque la maternidad/paternidad os encanté pero os consuma hasta la última gota de energía que quedaba. ¿Te has planteado que quizá no queramos más hijos? Hasta podríamos contestarte que no, que hemos tenido mucha suerte teniendo una niña, que no queremos tentar la suerte porque nos gustan las niñas y si tenemos un niño quizá nos arrepintamos de la decisión de volver a ser padres. Porque a preguntas estúpidas solo se puede responder con actitudes desafiantes.

Y dirás, bueno cuando ya me quede embarazada porque nos toca por edad, y ya tengamos un segundo, podríamos pasar por la fase de “¿queréis otro? ¡Estáis locos!”. Pero no es un “estás loca” en plan amiga en una conversación de lavabo de discoteca (era antes del Covid) sino una expresión de desaprobación total. Bien, pues cuando lleguéis al punto que todo el mundo ya haya pasado por dar su opinión al respecto de cuándo es el momento adecuado para tener un bebé y ya hayáis superado la cantidad que esté socialmente aceptada (que variará según la moda del momento), entonces os llegará que la gente opine sobre el embarazo.

Porque la gente opinará sobre el embarazo. Ya te conté en la última entrada de maternidad la manía persecutoria que tiene todo el mundo con preguntar el peso que has cogido. Pero es que si solo fuera el peso, quizá sería soportable. Resulta que todo el mundo sabe más que tú de embarazos. Aunque ya hayas pasado por uno. Por no hablar que tu cuerpo se ha convertido en dominio público: cualquiera tiene el derecho de ponerte la mano en la barriga y acariciártela. Te conozca o no. A mí a estas alturas que me lo haga la gente que me conoce ya no me provoca un sentimiento asesino interno de arrancarles la mano. Pero que me lo haga la gente que no conozco en cualquier situación posible, saca lo peor de mí. Lo peor de lo peor.

Deberías caminar más. Tienes la barriga enorme para la semana que estás, fijo que no llegas a la fecha prevista. Deberías estar contenta, estás embarazada es el momento más bonito de tu vida. Ay, si es que solo te quejas. ¿Tú estás segura que solo llevas un bebé? ¿Seguro que estás de X semanas? Es que tienes la barriga tan pequeña que no lo parece. La barriga está muy baja, seguro que te toca esta semana (a ver, señora random en la cola de la carnicería, me quedan cinco semanas, déjeme en paz).

Opiniones hay muchas, sobre todo relacionadas con el tamaño de tu barriga, o la posición. Pocas veces (hablo siempre en genérico y cuando se trata de la gente desconocida que cree que es aceptable hablarte de estas cosas sin ni siquiera saber tu nombre) te preguntan cómo estás realmente. Porque en serio ¿tú sabes si yo tengo algún trauma relacionado con mi peso o con mi cuerpo? ¿Y si resultara que tengo desde pequeña un complejo con mi barriga y estás haciendo volver los fantasmas que me están costando mucha pasta en terapia?

Estar embarazada no es la panacea. Hay veces que sí, pero también hay veces que no. Mi hermana una vez me dijo que echaba de menos su barriguita. A mí casi me da un derrame. Somos la noche y el día. Para mí la gestación es un trámite incómodo. La primera vez que tuve a Arlet encima fue catártico, pero el embarazo fue un engorro. El embarazo de Cloe está siendo una castaña muy grande: físicamente, pero sobre todo anímicamente. No necesito que nadie me diga o puntualice que el tamaño de mi barriga es de un tipo, o que no llegaré a enero.

Y por último, están las opiniones de crianza. Estas ya son especialmente molestas. La gente olvida que las decisiones de cómo criar a nuestras hijas solo son de mi marido y mías (¡bah! ¿Para qué mentirte? La mayoría de decisiones yo las propongo y Miguel las acepta a no ser que sea algo que choque con sus principios). En cualquier caso, si nadie te ha pedido la opinión, yo prefiero no saberlo.

Sí, sé leer. Me he informado, sé que dar pecho es lo mejor. Pero a lo mejor no puedo darlo. Sí, sé que el colecho es lo más, pero a mí me gusta dormir en diagonal y preferí durante el primer año que Arlet durmiera en su moisés (y sí, más tarde en su cuna en su habitación, sola). Pero es que Arlet era una niña trampa, dormía del tirón y se despertaba relativamente poco. Pero aunque hubiera sido una niña habitual, quizá hubiera tomado la misma decisión.

Sí, a nuestra hija le damos de comer lo que nos da la gana. A trozos. No le damos triturados porque nos gusta la idea de que exista la posibilidad de que se atragante. Y si nos pide repetir, le damos. Y si un día no quiere comer, no la obligamos. Fantaseamos con la idea de que tenga una relación sana con la comida, entendemos que es una niña y por lo tanto hay cosas que le gustan, hay cosas que no y hay días que no le apetece algo y no la obligamos. Y por todo eso siempre puede haber gente que opine, gente que diga que come poco o demasiado (y a mí me gustaría que alguien me dijera la fuente fiable en la que se define “poco” o “demasiado”). Gente que incluso insinúe que si no le das tal mierda de comer (galletas, Bollycaos, lo que se te ocurra), tu hija será super infeliz.

Que sí, que todos somos mucho mejores padres/madres antes de tener el primer hijo. Porque la teoría nos la sabemos todos. Pero si me das tu opinión (que seguramente no te haya pedido porque no la necesito) lo más probable es que no me salga la vena simpática (que te juro que la tengo). De hecho tienes bastantes números que mi contestación sea más bien poco agradable o incluso maleducada.

Así que si estáis hartos de las opiniones de los demás, lo mejor que podéis hacer es quitaros el filtro de lo que está socialmente bien responder y hacer lo que hace la gente con vosotros: decir las cosas sin pensar, porque si ellos pueden hacerlo ¿qué os impide a vosotros contestar cómo os dé la gana? Porque al final todo este tema solo es cosa de dos, aunque el mundo se empeñe en hacerte creer lo contrario.

Carta a una mamá desconocida

Querida mamá desconocida:

Cuando te he visto entrar, desprendías vitalidad y alegría. Venirte a hacer las uñas para ti ha sido como un día de fiesta. Por lo que he oído llevas seis meses sin poder hacer nada. La razón, según parece, es esa preciosidad de bebé que llevas en el carrito que según tus propias palabras “es muy intensa”.

La intensa, como tú la llamas, es una bebé que no te deja ni un segundo de descanso. A mí me ha dado envidia que hayas aprendido a hacerte la raya de los ojos tan perfecta como la llevabas con una bebé que no debe darte tregua ni cuando estás en la baño. Quizá porque algunas tenéis la suerte de ir monas incluso ante la adversidad. Ojalá yo fuera así.

Mientras yo estaba decidiendo de qué color pintármelas esta vez, tú ya te has tenido que levantar mientras te quitaban el esmalte, coger a tu hija y cambiarla de brazo unas diez veces. Has demostrado una gran habilidad y equilibrio retorcida cual contorsionista haciendo tres cosas a la vez: dejar que te quitaran el esmalte, sacarte la teta y aguantar a tu hija.

Te has empezado a poner nerviosa y sonriendo has dicho que al final te tendrías que ir tu tan preciada manicura. Sé que los has dicho como en broma, pero que en el fondo no estabas para nada convencida de que tu hija no rompiera a llorar en cualquier momento.

Y al final ha pasado. Se ha puesto a llorar con la primera capa de pintura. La niña en el carrito parecía un gremlin mojado. Conozco bien esta sensación, el agobio cuando ya no sabes qué hacer para calmarla. A mí me pasa de madrugada, cuando pienso que es un milagro que mis vecino no se hayan mudado a otro país mientras a Arlet le salen los dientes.

Y, como también era bastante probable, te has puesto a llorar. Desesperada, te has levantado con la primera capa a medio a hacer y has dicho que te ibas. Yo sé que lo hacías por nosotras. Tú ya estás más que acostumbrada al llanto de tu hija, pero te morías de vergüenza por molestar a las que estábamos allí.

En el local había las dos chicas que atienden, una señora que esperaba, tú y yo. Mi primer instinto cuando has roto a llorar ha sido levantarme y ofrecerte coger a tu bebé para que pudieras terminar tu manicura (eso en tiempos de Covid seguro que es delito). Te he visto tan devastada que hubiera renunciado a la mía (parece frívolo decir esto, pero igual que tú, yo estaba desesperada por tener mi momento de mimos y cuidados) solo para que dejaras de llorar y se te quitará la idea de irte de la cabeza.

La señora que estaba esperando se ha levantado decidida mientras tú sollozabas, te ha hecho sentar y te ha dicho tajantemente que no te ibas a ningún lado, que ella iba a calmarla y que tú terminaras con tus uñas. A eso yo sí que le llamo sororidad, empatía y solidaridad. Tanto esa señora (que seguro que alguna vez fue una madre desesperada) como yo podemos entender tus lágrimas más que nadie. Solo alguien que le ha suplicado a un bebé que no te entiende que se calle para no molestar al resto del restaurante sabe de lo que hablo. Solo alguien que ha tenido que pararse en medio de la calle en pleno berrinche para acunar a su bebé puede llegar a entenderlo.

Lo triste de todo esto es que te querías ir de ahí no por ti, sino por nosotras, y eso me da que reflexionar para un rato. Te voy a decir algo: todas las madres merecemos llevar las uñas bonitas. Todas y cada una de nosotras merecemos un masaje y una copa de vino. Todas sin excepción necesitamos un momento para nosotras.

Así que quiero decirte que hoy he pensado en ti todo el día. Se me partió el corazón al verte sufrir aunque no te conozca de nada, pero empatizo con tu posparto, tu tristeza, tu desahogo. No importa cuánto peso puedas llevar en tus espaldas, cuánta carga necesites soltar, no olvides que todas nos merecemos una manicura.

Te envío un abrazo fuerte, mamá desconocida, pero no uno cualquiera, uno de tribu, de esos que te hacen sentir menos sola, de esos que secan lágrimas, de esos de coger tu bebé solo para que tú te puedas tomar el café mientras siga caliente.

Besos.

Exceso de (des)información

Cuando tienes un bebé te asaltan las dudas. En realidad las dudas te asaltan en el momento que ves el positivo en el test de embarazo, pero de eso creo que ya he hablado alguna vez. Con esto de la maternidad creo que no hay nadie que no sea una duda con patas.

Dicho esto, puedes seguir dos tendencias: dejar que la cosa fluya o enterrarte en una búsqueda incesante de información en Google. No hay término medio, lo digo en serio. En el primer caso confías en que sabes criar bebés y crees a ciegas lo que te puedan decir el pediatra, el ginecólogo o la enfermera. La segunda opción tiene una parte oscura. Sí, lo has adivinado: yo pertenezco al segundo grupo. Va a maneras de ser: yo es que solo me siento segura si tengo toda la información posible. Antes de parir ya había hecho un curso de primeros auxilios de bebés (sí, estoy obsesionada con el atragantamiento) y uno de alimentación infantil y BLW. No es que sea una persona aplicada, más bien creo que soy una inculta rematada y prefiero suplir mi desconocimiento con una preparación exhaustiva. Y eso lo hago con todos los aspectos de mi vida.

Durante el embarazo leí millones de páginas de internet sobre crianza y niños. Busqué todas dudas que iba apuntando en una nota en el móvil. Si alguien descubriera ese archivo probablemente me recomendarían internar en un manicomio. Si me lo permites, voy a dejar que pienses que sigo cuerda y no la compartiré contigo (ja, ja, ja).

De lo que hoy vengo a hablarte es de la verdad absoluta. De las cosas que te dicen y que, si no contrastas, te crees a pies juntillas porque quien te las dice representa que sabe del tema más que tú. Bueno, pues te voy a decir algo: ¿verdad que tu médico de cabecera te derivará a un especialista si necesitas resolver algún problema que tenga que ver con un endocrino, nutricionista, demartólogo o de cualquier tipo que no sea su especialidad? Pues lo mismo pasa con los pediatras y las enfermeras: saben mucho de niños, pero no de todo. Así que si algo de lo que te dicen te chirría, busca un especialista en el tema y pregúntale directamente.

No me malinterpretes. Yo adoro la pediatra de Arlet (aunque ya me la han cambiado una vez y aún me tengo que formar una clara opinión de la nueva) y algunas de las enfermeras también. Me hace gracia porque entras en la consulta y se dirigen a ti como “mami”, cosa que a veces me hace sentir un poco ridícula, pero en general suelo estar contenta. Suelo preguntarles muchas cosas y el 99 % de las veces me lo creo sin cuestionar, porque para eso han estudiado una carrera, digo yo. Pero me molesta cuando hacen afirmaciones desactualizadas o me juzgan por tomar una decisión.

En la visita de los seis meses (que si no tienes hijos no sabes que es muy importante porque empiezan con la alimentación complementaria) esperaba un poco más de … ¿atención? Me dieron una fotocopia de una fotocopia del año nosecuántos antes de Cristo, donde se especificaba que le podía dar cualquier alimento a mi hija exceptuando pescado azul grande, verduras de hoja verde o carne y pescado crudo. Así, sin más, sin vaselina ¿eh? Ninguna indicación sobre que la manzana no se puede dar cruda si las das en trozos porque tiene riesgo de atragantamiento, ni que no se le pueden dar uvas enteras por la misma razón. Nada sobre las recomendaciones de la OMS que indican qué alimentos no dar hasta el año (excepto los que te he mencionado), ni una indicación al respecto de qué posibles opciones de introducción hay. Nada.

Salí de ahí agradeciendo haber hecho el curso de Baby Led Weaning (si no tienes hijos, esto te sonará a chino, pero simplemente es no darle puré, sino la comida en trozos). Si no lo hubiera hecho, después de la visita hubiera salido un poco más histérica de lo que habitualmente soy.

En la visita de los nueve meses, la enfermera me llamó. Sí, las visitas que no van con vacuna son telefónicas (vamos a obviar esto, porque me tiene un poco tensa). La primera pregunta que me hizo fue cuánto pesaba Arlet. ¿Cómo lo voy a saber si no tengo báscula para pesarla? Luego me hizo dos preguntas más al respecto de cómo comía la niña y finalmente me dijo “bueno ya le puedes empezar a dar lácteos y continuar con la leche de continuación”. Yo le respondí que no le daba leche de continuación, que le daba leche tipo uno (por si no lo sabes hay leche tipo uno y tipo dos o de continuación), a lo que ella respondió con un insolente “ y ¿por qué le das leche tipo uno si ya tiene más de seis meses?”. “Pues se la doy porque me da la gana”, pensé, pero en realidad le mentí y le contesté que seguía órdenes de la pediatra. Para serte sincera, la pediatra en la revisión de los seis meses no me especificó qué leche darle, solo que la alimentación complementaria era hasta el año y debía seguir dándole leche. A mí ni si me ocurrió preguntarle qué tipo, porque ya había investigado al respecto y tomado una decisión y si su respuesta no hubiera sido de mi agrado, me hubiera enzarzado en una sesión de preguntas científicas para las que no tenía tiempo en ese momento.

La OMS no recomienda dar leche de continuación a los bebés. Lo declaró en 2010 y lo ratificó en 2013. Esto lo busqué en Google, leí miles de artículos y concluí que si la OMS recomendaba seguir con la leche de tipo uno, yo no iba a saber más que ellos. Pero resulta que la enfermera que me llamó para la visita de los nueve meses sabía más que la OMS y que yo porque me soltó algo así como “es la primera vez que escucho que un bebé de nueve meses bebe leche del tipo uno”. También añadió algo así como “deja de dársela y cambia a tipo dos” a lo que yo podría haber contestado algo ingenioso pero pensé que era una batalla perdida y simplemente hice lo que se me da mejor: asentir y hacer lo que me sale de los ovarios.

No es la primera vez que alguien me da una información que contradice los últimos estudios existentes. Sin ir más lejos recuerdo que le pregunté a alguien a qué edad debía llevar a Arlet al dentista. La persona en cuestión me miro en plan “otra madre histérica” y me contestó que cuando le salieran todos los dientes. Bueno, quizás sí, pero alguien tiene que decirte cómo cepillarle los dientes cuando sale el primero. No lo sabías ¿verdad? Claro, porque en ninguna visita te lo dirán, a no ser que tu hijo/a tenga caries del lactante. ¿Por qué nadie te lo dice? Pues eso es un misterio. Pero estoy segura que los odontopediatras jamás te dirán que esperes a que le salga la muela del juicio.

Así que bueno, si os habéis sentido como pareja alguna vez cuestionados por todas las decisiones que tomáis al respecto de los bebés, no os preocupéis: no sois los únicos. De hecho cuestionar es deporte olímpico cuando te conviertes en padre/madre. Os dirán de todo: que si tienes que dormir con él en la misma cama, que si no tienes que dormir con él, que si le pongas zapatos (en serio, lo he dicho más de una vez: si los zapatos fueran necesarios para los bebés nacerían con ellos puestos, lo mejor para un pie que crece será estar libre ¿no?), que no lo cojas, que lo cojas, que lo acostumbrarás a brazos, que le des teta que es lo mejor (y cuando se la des demasiado tiempo te dirán que dejes de dársela porque ya es demasiado mayor) y un largo etcétera de recomendaciones no pedidas que acabarán haciéndote perder la cabeza.

Yo hace tiempo que la perdí, la cabeza. Pero decidí hacer lo que a mí me parecía mejor, porque conozco gente menos preparada para ser madre/padre que ha criado a sus hijos y que encima les han salido “normales”. Así que mientras creas que estás haciendo lo mejor para tu bebé, créeme, será lo mejor. Y punto. Siempre puedes contestar a cualquier memez con una sonrisa y un «es que nosotros lo hacemos así» y si te rebaten algo, asiente, vuelve a sonreír y haz lo que te dé la gana, que de eso sabemos todos.

Maternidad apocalíptica: Soledad, sororidad, sentimiento

La maternidad es de las cosas más solitarias que existen. Está muy mal que lo diga, porque lo que queda bien socialmente es decir que la maternidad es lo más. Sí, a veces es lo más, pero en ocasiones es demasiado.

No quiero decir con eso que el padre de mi hija no haga lo que debe hacer (que no es ayudarme en ningún caso; ayudar significaría decir que el peso recae sobre mí y eso no es así: él hace su parte y yo la mía. Bueno, para ser sinceros a veces él hace la parte de los dos). Ojalá todos los bebés del mundo tuvieran un padre tan dedicado, tan paciente y dicharachero como el que tiene Arlet. Creo que, si existieran más padres como él, el mundo se ahorraría mucho dinero en terapia. Pero no, eso no deja de significar que la maternidad es de lo más solitario del mundo.

Llegas a casa después del parto con una persona nueva (vamos a obviar una pandemia mundial que te impide salir ni hacer nada de lo que se supone que deberías hacer cuando tienes todo el tiempo del mundo y acabas de ser madre) y ni siquiera os conocéis. Parece muy obvio, pero nadie te lo explica. Tu bebé es una persona nueva con su carácter, no contaminado con las mierdas de los adultos, vale, pero no deja de ser un nuevo miembro al que te debes amoldar y te das cuenta que no sabes nada. Y aquí empieza un sentimiento terrible: la soledad.

Te puedes sentir solo muchas veces en la vida, aún y rodeado de gente. Me pareció sublime la frase de Rose en Titanic que decía algo así como que le parecía estar en una sala llena de gente gritando y nadie se giraba a ayudarla (he parafraseado la frase porque obviamente no tengo tiempo de tragarme una peli de tres horas y cuarto). Así te sientes a veces siendo madre, te falta algo vital para la crianza: la tribu. Nuestros antepasados criaban los niños en tribu, hoy en día eso es muy difícil porque en el mundo moderno lo que mola es la individualidad, el poder con todo, ser superwoman. Hasta que no he sido madre no he entendido el porqué de criar en grupo. Encima, júntale a todo eso el que las únicas personas que conoces que tienen hijos (aunque sean de otra edad, con lo que encima están en una fase completamente distinta de la vida: ellas ven la luz y tu sigues en la puta cueva), que podrían entenderte, vivan a más de una hora en coche. Porque las que hay cerca no tienen hijos y eso me lleva al siguiente punto: la sororidad.

A mi me sorprende cuando una palabra se pone de moda. A día de hoy no paro de ver en las redes gente que se llena la boca con la palabra “sororidad”. La primera vez que la escuché la tuve que buscar en la RAE (será un defecto de traductora que llevo en las venas: los diccionarios me parecen muy útiles). Según su definición sororidad es “la relación de solidaridad entre las mujeres, especialmente en la lucha por su empoderamiento.” Bueno, la descripción es genial, pero aplicarla aún sería mejor.

Nos falta mucho de eso, lo digo en serio. A mi me sorprende gente que conozco que no tiene hijos y juzgan a sus anchas sin que, dicho sea de paso, tú no les hayas pedido la opinión. Me parece la hostia de la paradoja cuando quien critica es alguien que sí que tiene hijos. Tanto unas como otras son gente que se pasa la solidaridad y la empatía por el forro de los ovarios. Me encantan las que dicen que estar embarazada no significa estar enferma y que deberías hacer vida normal. Bueno, claro, si tienes un buen embarazo, ¿no? Porque ¿y si tienes un embarazo de mierda? Pero no, te juzgan si expresas que lo estás pasando mal. La sororidad significa empoderamiento, y no te empodera criticar a las embarazadas si, por desgracia, tienen un mal embarazo, si necesitan, por una vez en la vida, cuidarse a si mismas primero y, si es necesario, coger una baja a las ocho, diez o veinte semanas. No te hace menos mujer trabajar hasta la semana cuarenta, si sientes que tu cuerpo no da para más.

Las hay también las que te dicen que tener un hijo no les afectará a su vida profesional, que para eso esta su pareja que también criará a sus hijos y blablabla. Sí, perfecto: pon un cóctel hormonal postparto, añádele una pizca de pandemia, mézclalo con unas gotas de la mirada de tu bebé y dime que no te vas a sentir miserable el día que empieces a trabajar ocho horas y tengas que mandar a tu retoño a la guardería. En ese momento, cuando pases por esto, entonces si quieres intercambiamos opiniones, pero hoy yo no necesito que tú me juzgues. Si entiendes la sororidad y el empoderamiento como el hacer ver que tu vida sigue siendo la misma, como renunciar a la crianza de tu bebé, o peor aún, criticar a las madres que renuncian a la vida profesional para dedicarse a criar los suyos, entonces no has entendido nada. Te invito a que pases tú por las contradicciones constantes que significan pasar de ser primera persona del singular a primera persona del plural y sobretodo a dejar de juzgar. No te hace más malamadre escoger tu vida profesional, ni te hace más buenamadre criar a tu hijo/a el 100% de tu tiempo. Formas de entender la maternidad hay tantas como mujeres que son madres y cada una escogerá la suya. Y ¿sabes qué? La que escojas estará bien, por muchas opiniones no deseadas que escuches.

Luego hay esas personas que no entienden que tu agenda se ha llenado de una única actividad, a veces muy placentera y otras no tanto, que es la de estar con tu hija. Y si le sumas que eso te apetece un montón, ni te digo. Esto significa que la espontaneidad se ha reducido bastante para cualquier interacción social. Me explico: tu antes un viernes podías decir «¡vamos a tomar algo!» y no tenías que cuadrar con nadie el salir de casa en tacones y un bolso de mano pequeño. Ahora lo tienes que saber con tiempo, porque está claro que tu hija no se va a poder quedar sola por lo menos hasta el siglo que viene (con suerte) con lo que uno de los dos va a tener que quedarse en casa. Y aquí empieza la negociación: o sales tú o sale él y cuanto antes tengas esta conversación, antes podrás hacer planes. Me empieza a salir urticaria con esa gente que siempre va de culo y cuando intentas hacer planes a tres días vista (porque ya no te puedes permitir hacerlos a tres horas vista) te dices que “¡uf! es que con tanta antelación, no sé”. La antelación es la clave. Ahora puedo llegar a planear a dos semanas de vista una cena (y obviamente salgo de casa en tacones y un bolso ridículamente pequeño con el que tengo problemas para que quepan el móvil y las llaves del coche, porque el bolso pequeño significa que hoy no necesito más que eso: ni bibis, ni el chupete, ni el dudu, ni el mordedor, etc. Significa que por una noche soy yo, otra vez en singular). Pero es tan complicado a veces que agota.

Te he de decir que te salva el sentimiento de amor incondicional. Cosa que aunque te rebatan todas aquellas personas que no tienen hijos, existe y es inexplicable. Sí, mi hija a veces me saca de quicio, especialmente cuando llora porque tiene sueño y no se puede dormir. La parte positiva es que al final siempre se duerme, con esa cara de felicidad y ese reflejo de estar tan a gustito en tus brazos que por un momento esto te vale, no necesitas nada más, es suficiente.

Por desgracia, hay días en que eso es solo una parte de tu vida, que tu vida ves que ya no es tuya, que pasas de puntillas y no llegas a todo, o si llegas, llegas mal. Y la culpa, que se instala en tu ser desde el minuto uno, no te deja dormir. Pero por suerte tu bebé sigue dormido en tus brazos, porque para él/ella tú eres todo lo que necesita. Aunque tú necesites más. ¿te digo un secreto? Con el tiempo mejora, te lo aseguro.