Relato. Lo que la casualidad me regaló.

Y aunque las cosas nunca suceden por casualidad, ese día dudé de por qué el destino te cruzaba conmigo.

Bueno, no sé si dudar sería el verbo. Básicamente me cagué en todo. El destino me odia, no hay más.

Porque ya me dirás tú, cuánta gente va a las copisterías en pleno 2022. Como mucho universitarios que necesitan entregar algo en formato físico. Aunque yo creía que todo era digital, sinceramente. Quizá alguien a quien se le canse la vista con la pantalla y le guste oler un papel recién impreso.

O una aspirante a escritora con gracia bastante dudable que quiere imprimir su recién sacada-del-horno novela, para poder corregirla sin distracciones. O quizá un padre de familia, cuya mujer le ha mandado buscar dibujos para colorear y tenerlos entretenidos en las largas mañanas de verano.

Fue un momento fugaz, ese instante en el tiempo en el que el gato de Schrödinger sigue vivo antes de abrir la caja. Un momento en el que creí que ese perfume no era el tuyo. Porque seguramente no seas el único en usar esa colonia de Hugo Boss. Fueron unos segundos en los que yo estaba de espaldas a la puerta, que pensé que era un error. Aunque en el fondo había algo en mí que sabía que esa colonia solo olía así cuando la llevabas tú.

Estuve tentada de girarme cuando preguntaste por la última persona de la cola. Teniendo en cuenta que solo había una mujer en el mostrador esperando y yo, que estaba en el ordenador escogiendo el fichero, la pregunta en sí misma era bastante estúpida. Siempre fuiste un poco corto. Parte de tu gracias, quizá.

Hacía diez años que no nos cruzábamos. Diez. Años lentos y llenos de remordimiento por no haber sido capaz de construir algo mejor que lo que tuvimos. En el fondo yo no tuve nada. Tú, sí: tenias una mujer recién estrenada y un proyecto de bebé que dolía de solo nombrarlo.

En cambio, yo no tenía más que mensajes de texto porque WhatsApp era cosa de unos pocos. Tenía una habitación oscura en un piso compartido en el que entrabas a hurtadillas por miedo a que mi compañera te descubriera. Como si no fuera obvio que yo a Laura se lo contaba todo.

Nunca tuve nada de ti: nuestros años de relación clandestina no me dejaron ningún recuerdo físico. Bueno, uno sí, pero ese a ti no te lo puedo contar.

Me pregunto cuántos recuerdos tangibles tiene tu mujer de ti. Sé que seguís juntos porque dudo mucho que otra mujer te soportara. Estoy segura que ella habrá acumulado regalos de cumpleaños y aniversarios. Lo más probable es que cada noche le susurres “buenas noches” con un “te quiero” de modo automático.

Nunca te paraste a pensar que empezaste con ella estando conmigo. Que tenemos más años de historia de lo que somos capaces de recordar. Pero todo eso no importa, porque ese día te oí la voz y me paralicé.

Tantos años siendo amantes y nos hemos castigado con diez años de silencio. Y el día que voy a imprimir, por fin, la novela que me ha costado tanto escribir, resulta que nos cruzamos por casualidad.

Pero tú y yo sabemos que las casualidades no existen. Podría haberme girado, mientras esperabas que la señora decidiera ya si quería 20 o 22 copias del menú de Navidad. Podría haberme decidido a a mirarte a los ojos y darte dos besos como si nos hubiéramos despertado juntos el día anterior. Como hacíamos cuando éramos jóvenes, fingiendo que no éramos nada, siéndolo todo.

Podría haber sido valiente, desde la pantalla de ese ordenador. Acariciarte el pelo mientras te contaba que mi novela habla de ti. Mejor aún: podría haberte dicho que el día que decidiste dejar de vernos, yo descubrí que estaba embarazada.

No te hubiera contado que lo guardé en secreto para que tu fueras libre. Pero si te hubiera confesado que nuestra hija (porque era una niña) también aparece en mi libro. Quizá jamás descubrirás que ahora Aria es una niña de pelo fino y piernas largas. No te hubiera mencionado que se parece tanto a ti que duele.

Y, por un momento, en ese ordenador contuve el aire. Y todo lo que no dijimos se cruzó entre nosotros cuando me clavaste los ojos en la nunca.

No te muevas, dije, porque sabia que con 15 quilos menos, el pelo teñido de negro y recogido no me reconocerías de espaldas. Pero si me movía, seguirías mis pasos y la intuición te susurraría que esa mujer del ordenador era yo.

No respires, me ordené. porque cuando me pongo nerviosa me da por inhalar profundo y vacilo antes de coger aire por la nariz.

No te acaricies el pelo, musité, porque el tirabuzón que me caía en la frente era una señal de mi debilidad.

Cuando la dependiente me preguntó si quería imprimir ya o atendía a ese señor, solo moví el dedo índice con un ligero desdén. Algo muy sutil, casi transparente. Me concentré en mi imitación de estatua de hielo hasta que por fin te fuiste.

Y cuando conseguí imprimir, y antes que me dieran el ejemplar, me arrepentí tanto que me faltaba el aire.

Salí corriendo para darme cuenta que era demasiado tarde. Que me quedé sin tiempo y oportunidades, que no estabas en la calle, ni en mi vida, que borré tu número que me sé de memoria, que te desvaneciste.

Que solo me queda este libro que habla de ti.

Que ese día era el el cumpleaños de nuestra hija, Aria cumplía diez años.

Que no es casualidad que encontrara.

Que, por fin, te dejé ir.

Estaré sola y sin fiesta, Sara Barquinero.

“Estaré sola y sin fiesta” es una novela que te muestra de manera ágil dos historias paralelas.

Por un lado tenemos la protagonista: una joven que encuentra el diario de Yna en la basura. Su línea narrativa principalmente se desarrolla mientras busca qué fue de la autora del diario misterioso. Se junta en esa búsqueda una crisis existencial (que podemos achacar a la cercanía de los treinta) su hastío con la vida en general, la relación con su pareja, con su trabajo etc.

Por otro lado, mientras la protagonista busca respuestas a través de la investigación, descubrimos la historia de Yna, la persona que escribió el diario. Siempre conoceremos esta trama a través de las investigaciones de la protagonista, haciendo saltos temporales bien estructurados y que te guían a través del tiempo con mucha maestría.

Mientras lee el diario, la obsesión que tiene la protagonista de saber quién era Yna crece mientras viaja a Barcelona, Bilbao o Zaragoza para seguir las pistas que deduce del diario. Se pasa buena parte del tiempo buscando al supuesto amante de Yna, Alejandro. Sigue cada uno de lo indicios que encuentra y acaba encontrando a dos posibles candidatos.

Mientras todo esto pasa, su vida se queda como en pausa. El diario es una manera de escapar de una realidad que no le gusta ni le motiva. Su obsesión, casi enfermiza, le hace replantearse su entorno y muchas veces, dos vidas que parecían paralelas se entrecruzan para casi fundirse en una sola trama.

Te gustará este libro si empatizas con las protagonistas en plena crisis de adultez, si te gustan las historias bien tejidas y los interrogantes abiertos a una gran imaginación. El personaje principal está muy bien plasmado y su obsesión está descrita de una manera que acabas obsesionándote .

No leas este libro si lo que buscas es una novela de acción trepidante. Aunque pasan muchas cosas en el transcurso de las páginas, el ritmo no tiene nada que ver con la intriga y la gracia de las novelas de Agatha Christie.

Me sorprendió de este libro el primer capítulo: te habla de un gran hongo que existe en un bosque lejano y que se expande a través de la tierra. Hasta que no has avanzado bastante en las páginas de la historia, no entiendes el porqué de ese primer capítulo. Esa explicación detallada de un hecho científico parece no tener la más mínima importancia hasta que te das cuenta que te ayuda mucho a entender la psicología del personaje.

En mi opinión, Barquinero tiene un estilo bastante parecido al Lana Bastašić. No sé si es una cuestión generacional, que podría ser aunque entre ellas se lleven 8 años, o pura coincidencia. Leyendo «Estaré sola y sin fiesta» me ha parecido que el tono, la manera de explicarse, las inquietudes de los personajes, tenían bastante que ver con Atrapa la liebre. Aunque la historia no tenga nada que ver y las autoras sean de dos mundos totalmente distintos, me ha parecido curioso encontrar estas coincidencias en la voz narrativa.

Desde mi punto de vista, creo que una de las cosas que más engancha en este libro es el hecho que está en auge crear protagonistas en plena crisis existencial.

Esto sí me parece una un tema generacional. Creo que los que nacimos en los 80 y los 90 no nos cuesta nada vernos reflejados en historias que retratan uno de los principales problemas de nuestra generación: la pérdida de identidad, o más bien lo llamaría el caos identitario: somos una generación perdida entre el exceso de información, el exceso de formación, la falta total de motivación y la dificultad para llevar el cambio generacional que supone que antes la vida estaba pautada de una manera muy clara y ahora vivimos al día con inmediatez y casi con prisas. Yo creo que esto hace que empaticemos tanto con los libros cuyos protagonistas superan o pasan por una crisis de los 30 o de los 40 porque es más o menos lo que estamos viviendo todos.

No sé si Sara Barquinero es el descubrimiento del año, lo que sí puedo decirte es que vale la pena leerla.

Mademoiselle Coco y la pasión por el número 5. Michelle Marly.

Siempre me han fascinado las biografías. Me encanta descubrir aspectos poco conocidos de personajes famosos, especialmente cuando se relatan relacionados con momentos históricos importantes. En Mademoiselle Coco encontrarás la historia fascinante de cómo Chanel elaboró su perfume más mítico.

Este libro nos muestra una mujer fuerte y empoderada (sí, esa palabra que está tan de moda) independiente y trabajadora, que vive la vida como debería ser vivida: con pasión y sin tapujos, aprovechando cada oportunidad para ser feliz y conseguir el éxito. Una mujer con las ideas claras, que marcó un antes y un después en la moda y que se hizo famosa por crear un perfume que trasciende generaciones y que aún hoy en día sigue siendo actual y fresco y adecuado para cualquier ocasión.

Chanel n. 5 nació como un perfume para regalar a las clientes en navidad y acabó siendo un icono de todos los tiempos y en este libro se describe, como hilo conductor de la novela, toda su creación. Pero la fabricación de este perfume solo es una excusa para profundizar en una mujer única que hizo historia.

Quizá para mi gusto en algunos puntos un poco demasiada extensa, la novela profundiza en la cara más personal de Coco, en aspectos relacionales y románticos. Me gusta su libertad y su manera de gestionar la parte emocional. Marcada por la muerte de su amante, su vida gira entorno al recuerdo de un hombre y los sueños que construyó con él.

Me apasiona del personaje cómo se toma su relación con los hombres: de manera independiente y sin ataduras, sin depender de ellos. Sorprende la naturalidad con la que se toma el hecho de tener como amante un hombre casado, de no supeditar su éxito al apoyo masculino.

Una novela para pasar un fin de semana de invierno descubriendo poco a poco la psicología de un personaje realmente único.

El tranvía a la memoria

Me senté a esperarle en un banco frente mi admirada glorieta del parque. Nunca pensé que podría llegar a estar en esta situación. Allí sola, delante de la iglesia Votiv. Tantos años investigando, tantas preguntas sin contestar y resulta que las respuestas las iba a encontrar en este parque en Viena, nada más ni nada menos que en el parque de Sigmund Freud. Seguro que eso tenía algún significado oculto.

Jürgen era un vienés de esos de acento marcado y mirada de Danubio. Se escondía bajo un sombrero típico de señor de antaño y tenía la energía que a mí, a mis veintitantos, me faltaba. Al verlo bajar del tranvía con un pequeño salto no pude evitar sonreír. No parecía que tuviera más de noventa años. Se acercó a la glorieta con pasos optimistas y una sonrisa inquieta. Si no nos lleváramos unos setenta años, cualquiera hubiera podido pensar que esto era una cita.

En el fondo, lo era. Me regaló un ramo de lirios y me hizo una reverencia como si yo fuera de la realeza. Me sentí un poco como Sisí ante tanta galantería. Eso para mí era una cita. Una sin intención sexual, claro está, pero una cita, al fin y al cabo. Puedo decir que había quedado con mi pasado. El pasado que nadie sabía, que hasta mis propios padres desconocían.

Yo jamás hubiera pensado que al volver del día de esquí en Unterberg, el destino me hubiera preparado esa inexplicable experiencia. Por más que lo pienso, es que ni queriendo hubiera podido imaginar un situación tan peculiar.

Con Anna siempre teníamos la mala costumbre de reírnos de la gente en el tranvía. Lo hacíamos en catalán y sin reparos. Con nuestro acento marcado de pueblo, exagerado para sentirnos más em casa. Nos metíamos con los abrigos de pieles de las señoras que jamás se depilaban el bigote. Nos mofábamos de ese color de piel de horchata de la gente de la ciudad. Nos burlábamos a carcajada limpia de la cara de amargada que llevaba la señora de la segunda fila. Criticábamos hasta la saciedad el atuendo de cada una de las personas que se cruzaban con nuestra mirada.

Ese día estábamos exhaustas: habíamos pasado el día bajando por pistas de esquí imposibles y no teníamos ni fuerzas para criticar. Nos dejamos caer en el banco del tranvía como si nos hubiera pasado por encima una elefante en tacones.

Entonces entró esa señora y ni Anna ni yo pudimos contenernos: ¡llevaba plumas de pavo real en el sombrero! Era demencial. Anna tuvo que soltar unas de sus groserías a lo que le respondí con una bobada aún más grande. Las dos nos dimos cuenta que el señor que teníamos sentado delante nos miraba divertido detrás de sus gafas colocadas al borde de la nariz.

Seguimos hablando, en catalán, ajenas a todo el vagón, bajo la atenta mirada de ese anciano curioso. Tenia los rasgos muy marcados, esos mofletes sonrojados del frío y el pelo peinado a lo Ken de Barbie. Se podría decir que a ese anciano solo le faltaba en peto verde para convertirse en un muñeco de reloj de cuco tirolés.

Era imposible que con esas pintas el señor fuera catalán. Era austríaco, más austríaco que la tarta Sacher. Pero seguía mirándonos como si nos entendiera, aunque estaba claro que si hubiera tenido idea de cómo estábamos dejando de bien la señora de las plumas, seguramente no le hubiera hecho ninguna gracia. Lo nuestro nunca fue la educación. Y entonces para nuestro asombro se puso a hablar con nosotros.

–Sois catalanas, ¿verdad?

A Anna se le desencajó la mandíbula y yo me atraganté con mi propia saliva: el señor lo había dicho en un catalán perfecto.
–Disculpad mis modales, señoritas– lo dijo levantando el ala del sombrero con una reverencia– mi nombre es Jürgen Wiessbahn. Combatiente en la XI brigada internacional en a batalla del Ebro. Pasé mucho tiempo en Cataluña.

Y por un momento llegué a pensar que eso era una cámara oculta. Era casi imposible haber encontrado el único vienés que hablaba mejor catalán que yo. Pero no solo eso, había encontrado por casualidad el único vienés que podría haber conocido a mi abuelo en la batalla del Ebro. De la misma brigada ni más ni menos. Las posibilidades eran remotas, pero ¿qué posibilidades habían de encontrar al discípulo de Pompeu Fabra de vuelta a casa?

Y resultó que no solo se conocían, sino que fueron íntimos durante la guerra y el trayecto hasta mi parada de tranvía no fue suficiente para saciar mi curiosidad.

–Mamá, no te vas a creer lo que me ha pasado
–Bet, en serio, es imposible que ese Jürgen sea el Jürgen del que hablaba en sus cartas tu abuelo, ¿no ves que todos los vieneses se llaman Jürgen?
–Claro, y también es vidente porque sabía cómo se llamaba la abuela María Teresa e incluso sabía el nombre de papá.
–Pues sí, hija, te doy la razón, lo que te ha pasado hoy es increíble. Quizá él te podrá contar más cosas de las que nosotros sabemos.

Cualquier cosa sería más de lo que sabemos de él, solo recordado por esa fotografía de domingo, dos días antes de irse al frente, sonriendo cogido de la mano de Maria Teresa embarazada. Y volvió siendo otro, alguien que hablaba poco y sonreía menos. Alguien que jamás nos contó lo que vivió.

Y por un momento antes de que Jürgen empezara a hablar, pensé que estaba traicionando su memoria, porque si él jamás nos quiso contar lo que pasó, ¿quién era yo para indagar en el pasado? Había pasado años intentando averiguar más sobre él y ahora tenía la oportunidad. El miedo a la verdad quizá me paralizaría. Pero mi padre me dio permiso para preguntar lo que se me antojara y en el fondo, tampoco le hacía ningún daño a nadie.

–Elviro y yo nos conocimos en la glorieta de la plaza del pueblo antes de que la batalla empezara, pasamos muchas noches hablando de vosotros. Tu abuelo era un hombre increíblemente valiente…

Valiente. Increíble.
Mi abuelo fue un héroe.

Reseña: A visit from Voltaire de Dinah Lee Küng

Hoy te traigo algo distinto, algo realmente especial. Este libro me lo leí hace años y me encantó. Vivía en Durham por aquello del 2006 y un día me paseé por toda a biblioteca de la universidad, buscando algo que me hiciera reír. Encontré A visit from Voltaire de casualidad, casi cuando ya había desistido y me volvía a casa con las manos vacías, un poco desanimada. Lo cogí con poca o ninguna esperanza. Pero me equivoqué: encontré realmente lo que buscaba.

Este año 2021 he decidido releer algunos de mis favoritos (como si no tuviera ya un montón de libros pendientes) y este tenía que ser uno de ellos. No recordaba el título, ni el autor, ni la editorial, vamos que no tenía ni idea de cómo buscar en Google (créeme si pones “libros sobre Voltaire” te salen demasiados resultados y ninguno satisfactorio, ¿sabes cuántas biografías tiene este hombre?). De repente recordé que una vez se lo comenté a alguien que sabía mucho de libros y en ese momento me envió un e-mail con la carátula del libro preguntándome si era lo que estaba buscando. Hace poco recuperé el mail, que era de 2014, y acabé comprando el libro.

No sé si conoces David Safier. Es un autor con un estilo muy marcado, yo creo que es de esos que o te encanta o lo odias. A mí personalmente me parece hilarante, ojalá leyera por primera vez Maldito Karma y me echará unas risas, tan necesarias en estos días que corren. Bien, pues Safier tiene un libro que se llama Yo, mi, me… contigo donde la protagonista comparte cuerpo con el fantasma de Shakespeare. Lo leí hará cinco años. Me reí a lágrima viva. Y me volví a acordar de Voltaire.

Y dirás… ¿por qué me hablas de Safier si él no ha escrito este libro? Bien pues porque Dinah Lee Küng ha escrito una obra de arte con A visit from Voltaire. De hecho me atreveré a decir que merece incluso más que Safier ser reconocida a nivel mundial. Y traducida… porque por lo que sé solo se puede leer en inglés. Ojalá alguna editorial española se planteara traducirla y publicarla, porque te aseguro que merece mucho la pena.

Así en resumen la historia va de una mujer que tiene que trasladarse a vivir a Suiza. Madre de tres hijos y con bastante dificultad para adaptarse a su nuevo hogar, le cuesta congeniar con su nueva vida. Un día el fantasma de Voltaire se le aparece y empieza acompañarla y a conversar con ella. A visit from Voltaire no solo son risas y bromas, que también. Esta novela es un trabajo de investigación muy documentado y exquisito a través de la vida oculta de Voltaire.

Es verdad que quizá, al ser un personaje real, a veces los datos históricos pueden despistar un poco. No es un libro con el que te estés riendo continuamente, pero incluso esos momentos reales, donde se descubren muchas cosas del personaje, Voltaire nos los cuenta con humor y estilo.

Creo que Dinah Lee Küng hizo un trabajo digno de admirar, construyendo un fantasma con un personaje tan complejo como este filósofo. Te acabas creyendo que realmente es el mismísimo Voltaire el que te acompaña párrafo tras párrafo. Y eso, por lo menos, merece mis más sinceras felicitaciones.

Novel·la de Pol Beckmann

Te traigo, como primera reseña del año, una novela que me ha parecido de lo mejor de 2020: un ejercicio literario ingenioso y arriesgado, a la vez que intenso y único. Pol Beckmann juega en Novel·la a esconder la fina línea entre el mundo inconsciente y el palpable. Esta no es una novela cualquiera, créeme, es una novela que necesitas leer.

Para empezar, el protagonista tiene el mismo apellido que el autor, solo que modificado porque el personaje se apellida Bekman. Con este gesto, el autor empieza a jugar con el lector al gato y al ratón, a distinguir aquello que es real de lo que podría ser ficción. Me parece un acto valiente ponerle al personaje principal tu propio nombre, despojarte sin miramientos de la muralla que construye poder decir que no eres tú, sino tu personaje, el que ejerce el libre albedrío entre las páginas.

He de reconocer que hubo un punto en que tuve que parar y decir “un momento, ¿cómo?” Releí las cinco páginas anteriores y no entendí nada. Y cuando descubrí la verdad pensé “¡Hostia, Beckmann, eres desde hoy mi autor preferido!” (Paul Auster, por favor, perdóname, en el fondo sabes que eres tú, el único e inigualable, incluso le he puesto tu nombre a un peluche de mi hija, lo nuestro es una relación fiel). Y no es casualidad que Pol Beckmann se haya convertido en mi autor favorito de 2020 y que mi otro autor favorito sea Paul Auster, (que ahora que lo pienso se llaman igual) porque me atrevo a comparar Novel·la con 4 3 2 1, solo que Novel·la es un libro tan corto que te lo leerás en una tarde. No quiero que pienses que te he hecho un spoiler; la trama de estas dos historias no tienen nada que ver, te lo juro, puedes leer la novela de Paul Auster y leer la de Pol Beckmann y encontrarás dos realidades despojadas de similitudes, pero sí que te dejarán con la misma sensación cuando descubras la verdad. Te hablo de esa sensación entre incredulidad e indignación, de no haberte dado cuenta antes de qué iba la historia, y un sabor dulce de que ahora que lo sabes, eres muy consciente que la historia no podría haber sido distinta porque es perfecta con su único final.

Es muy difícil encontrar algo que sea negativo en esta novela. De hecho, creo que por una vez en mucho tiempo, yo no le cambiaría ni una coma. Si la lees, ya me contarás.

Gina de Maria Climent

Gina es un poco como una Amélie decadente. Todo lo decadente que podría ser la película francesa si, en vez de estar ambientada en París, sucediera en el Delta del Ebro. No me malinterpretes: soy una fiel amante del Delta, me encantan los arrozales en invierno y los paisajes cerca del río, por no hablar de sus infinitas playas y los horizontes llenos de cometas de los que practican kitesurf en un mar que siempre parece un lago. Pero el Delta del Ebro tiene este punto especial, como de fin del mundo desaliñado, como si el glamour se hubiera desvanecido y solo hubiera quedado la realidad y el polvo de calles a medio asfaltar.

Comparo Gina con Amélie por varias razones. La primera es que Amélie es una película que suele gustar a todo el mundo y Gina es de ese tipo de libros que puede gustarte por cercano y por tratar un tema que nos toca a demasiadas: la crisis de las que estamos en los treinta y tantos y la maternidad que no llega nos sobrevuela la cabeza de manera monotemática. La segunda razón es que Gina tiene ese punto introspectivo y soñador que comparte con la película de 2001, como si le pudieras poner una banda sonora de esas de boulangerie de Montmartre. Y, por último, la tercera razón es que ambas te hacen sentir ese punto optimista que solo consiguen las pequeñas historias de la cotidianidad.

Pero Gina es mucho más: es la historia de una chica perdida, de alguien a quien de repente diagnostican una enfermedad que hace que tenga que decidir si va a tener hijos ya o si ya no los va atener nunca. Es una historia íntima y personal, pero fácil, quizá para mi gusto demasiado fácil. Es de esos libros que te lees en una sentada y un suspiro. Este pedazo de la vida de Gina transcurre entre dos tiempos, entre el presente y el pasado, y en tres lugares: Barcelona, París y el Delta.

No sabes muy bien cómo pero, las reflexiones de Gina parecen tuyas, como si estuvieran atrapadas en un ser que no eres tú pero que bien podría ser tu alter ego. Habla de las inseguridades y la sexualidad, de los miedos y las trampas de la vida y el final de la novela parece que sea el inicio de un nuevo comienzo.

Atrapa la liebre. Lana Bastasic.

“Para Lejla, la vida es un zorro rabioso que viene a hurtar gallinas por la noche. Para ella, escribir sobre la vida significaba fijar la mirada en la gallina descuartizada al día siguiente, sin ninguna opción de capturar a la bestia in fraganti”
Siempre me han gustado los libros que hablan de road trips, aunque he leído pocos y de esos pocos creo que ninguno me ha atrapado como este (si tienes alguna sugerencia de novelas de este tipo, no dudes en dejármela por aquí). Me parece una genialidad ambientar un libro que habla de los recuerdos de la guerra sin mencionar en una sola línea la palabra “guerra”. Es sublime, no sólo por la ausencia de la palabra sino porque te transporta a esa Bosnia oscura que alguien que no ha pasado por una situación bélica de estas características no se puede ni llegar a imaginar.

También es un libro sobre la amistad, sobre la evolución de dos personas a lo largo del tiempo, de cómo podemos cambiar, acercarnos y alejarnos mientras lo años pasan. Pero esta novela, por encima de todo, es un análisis de las psicológico personalidades de Lejla y Sara, un poema a su relación a su historia recortada y construida de fragmentos que se enganchan en el cerebro de Sara. La narradora explica, con una combinación perfecta, su presente y su pasado teñidos de oscuridad y sombras. Atrapa la liebre es un viaje a un mundo que Sara parecía querer olvidar y quilómetro a quilómetro recuerda desde una perspectiva sincera y desgarradora.
Según las críticas es un País de las Maravillas balcanizado. Después de leer una entrevista a la autora entendí mucho más de la novela y lamenté muchísimo no hablar serbocroata, la lengua en la escribió la obra. Con la traducción se pierden matices, y en este caso estoy segura que el hecho de escribirla en una lengua que han divido en tres lenguas distintas y ya no existe (como si esto se pudiera hacer) es un punto que un lector que lea la versión traducida (por muy buena que sea, y en este caso la edición de Navona Ficciones es impecable) pierde contexto, porque mucha parte de la obra se centra en la identidad, y la lengua es identidad.
Lo primero que me llamó la atención de la novela es que empieza en minúsculas. Parece un detalle sin importancia, pero al finalizarla entendí el porqué de compararla con el País de la Maravillas. La autora reescribió los doce capítulos de Lewis Carroll para crear su propio mundo en llamas. Con ello creó dos personajes intensos y maravillosos que hacen que la historia fluya entre las venas del lector en apenas una tarde.

Los ángeles de hielo. Toni Hill

Este es un libro ideal para un domingo de lluvia y confinamiento. Es fácil, rápido y sin complicaciones. Altamente recomendable para un light reading en toda regla.

Los ángeles del hielo es una historia que transcurre entre dos tiempos, dos épocas muy diferenciadas: el pasado y el presente. Por un lado tenemos la historia que ocurrió hace años, lo que pasó en el internado, y por otro tenemos los crímenes de hoy cuya clave se encuentra en las historias del pasado.

Esta es una historia fácil de seguir con un punto oscuro inquietante que recuerda, en estilo, un poco a La sombra del viento. El autor nos deleita con una trama intrigante y digna de una buena novela negra. He de decir que no soy muy fan de este tipo de novelas porque es difícil sorprenderme, pero en este caso en ningún momento me he imaginado el final.

Sin duda esta es una de las novelas que hoy recomiendo a todos esos amigos que les gusta leer pero que no tienen mucho tiempo y no quieren pensar mucho. Es para aquellos que les apetece aislarse un ratito de estos tiempos que corren sin hacer mucho esfuerzo mental, solo por el placer de leer.

Relato: Terapia

Imagen de Peggy und Marco Lachmann-Anke por Pixabay

— Ana, ¿cuántas veces has ido a este restaurante? ¿Mil? ¿Cómo puede ser que te equivoques de salida?
— Va, Cris, que si doy otra vuelta te hago una ruta turística.
— Lo sabes que no puedes ir por aquí ¿verdad? Tienes que girar en el cambio de sentido que hay en la próxima salida.
— ¡No me jodas! Bueno, suerte que vamos con tiempo.
— Ana, ¡para!
— ¿Qué?
— ¡Joder! No pares aquí en medio, vuelve a girar la rotonda.
— Pero ¿qué te pasa ahora? —(casi me da un ataque al corazón)
— Había una mujer en ese descampado, parecía que pedía ayuda —(si no te hubieras equivocado de salida, no la habríamos visto; seguro que esto significa algo…)
— Ayudadme, por favor, ¡mi marido! Por favor, explícale al 061 dónde estamos, no consigo que me entiendan para que venga la ambulancia.
— Cálmese, tranquila, déme el teléfono, yo se lo explico. Ana, para el coche detrás del del señor que estamos en medio y provocaremos un accidente — (Joder, ¡Vaya Mercedes! Este coche debe costar como 100.000 euros) — ¿Sí? Hola, perdone, el señor ha parado el coche en la rotonda de la nacional, salida 33. No… Sí… no, no le conozco —(uf, ¿en serio? ¿Cómo voy a saber yo si está teniendo un ataque al corazón? No, no sé la edad del señor)— Ana, pregúntale la edad. ¿40? No, hombre no, la edad de la señora no, la del señor. 49. Si, 49. No… está consciente. Si… le duele el brazo izquierdo. A ver, yo creo que tiene un ataque de ansiedad: hormigueo, le cuesta respirar, corazón a mil, pero claro también podría ser un ataque al corazón no soy médico yo no sabría decirle.
— Si, Cris, parece un ataque de ansiedad— (Señora, ¿se ha planteado hacer alguna cosa útil a parte de llorar?)
— ¡Que todo el mundo se calme!— (A ver si recuerdo alguna técnica de relajación del curso de gestión de estrés, al final va ser verdad y me sirvió para algo. Este señor parece que está muy jodido)— ¿Cómo se llama?… Bien Joaquín, mírame a los ojos levanta la cabeza, muy bien, así— (Si me coges más fuerte la mano se me gangrenarán los dedos, ¡Ai!)— Ana, necesito una bolsa de plástico, tiene las manos agarrotadas— (Señora, siéntese me está poniendo nerviosa)— Venga, Joaquín, respira conmigo: inspira, cuenta hasta tres, espira contando hasta seis. Per-fec-to— (Me cago en todo, ¡mi mano! Me la vas a romper, ¿piensa llegar la ambulancia, ya? Yo no sé cuanto rato podré tenerlo calmado a este hombre, parece de verdad que se está muriendo)— No mires al suelo, mírame a mi, no pienses en lo que te ha pasado, tranquilo.— (¿Qué coño te ha pasado para que tuvieras que parar así de repente y ponerte como te has puesto?)— Señora, aguántele la bolsa que no se le separe de la boca.
— ¡No quiero que ella se me acerque!
— Vale, Joaquín, tranquilo. Ana, aguántale tú la bolsa— (Vete tú a saber lo que le ha hecho su mujer para que lleve este cabreo…)
— Tranquila señora, ya lo hago yo. —(Qué buen rollo se respira en esta familia)— Cris, ya oigo la ambulancia —(Suerte que ya vienen, este hombre está al borde de un ataque al corazón, no tengo tan claro que sea ansiedad)
— Venga, Joaquín, respira conmigo, ¿Cómo te encuentras? ¿Mejor? ¿No? ¿Dónde te duele ahora?
— Me duele el corazón.
— Es normal, Joaquín, has tenido un ataque de ansiedad, el corazón te va a mil ¿verdad?— (Ana, llévate un ratito a la mujer que me está poniendo nerviosa)
— No, lo tengo roto.
— Joaquín, no llores, mira la ambulancia ya está aquí —(¿En serio esto es por un desamor? Y yo soy la dramática, ¿sabes?)
— Mi amor, la ambulancia ya está aquí, dame la mano que te acompaño.
— ¡Ni se te ocurra tocarme!
—Está bien, Joaquín, ya te ayudamos nosotras. Ana, cógele del brazo— (¡Cuánto amor!)
— Venga mi amor, que ya vamos a ver el doctor, dame la mano.
— ¡Te he dicho que no me toques! A ver si piensas las cosas antes de hacerlas.
— Perdone, señora, antes de irnos, le recomiendo cerrar el coche y quitar los intermitentes. Estamos en un descampado, de hecho no creo que deba dejarlo aquí.
— Está bien. Ana, dile a la señora que coja el coche y yo me subo con Joaquín al la ambulancia — (¿En serio pensaba olvidarse del coche?)
— Es que yo no sé conducir esté coche, es de mi marido y es automático.
— Tranquila, ya se lo traigo yo al CAP, Ana, tú irás detrás y yo conduzco el coche de Joaquín —(Ya he conducido automáticos antes no puede ser tan difícil)— bueno nos vemos en el CAP
— Y ahora, Cris, ¿qué hacemos? ¿Tú sabes conducir esto?
— Fácil, Ana, es automático. Solo hay que poner la palanca a la D y ya está. ¿Dónde está la puta palanca?
— ¿Qué quieres decir con esto de dónde está la palanca?
— Joder pues que los coches automáticos tienen una palanca donde los coches normales tienen a caja de cambios. La R es para marcha atrás y a D para tirar hacía delante. ¿Dónde está la palanca? Y, ahora que lo veo, ¿dónde está el botón de freno de mano?
— Escucha, ¿tu ex no tenia un Mercedes?
— A ver, Ana, ¿crees que llamaré a mi ex, a quien dejé plantado en el altar el día de la boda, para preguntarle como se conduce su coche?
— Yo no conozco mucha gente más que tenga un coche de lujo como este, la verdad, Cris, estamos jodidas, a ver si éstos van a pensar que les hemos robado el coche.
— ¡Espera! Conozco a alguien más que podría saber de coches de estos! Dame mi móvil.
— ¿Conoces a otra persona con un coche así? ¿Soy la única persona que conoces que tiene un coche normalito?
— Tschhhh… ¿Arnau? ¿Cómo estás? Escucha, luego te cuento, pero me tendrías que explicar cómo se conduce tu coche. Si… todo bien… bueno resulta que tengo que mover un coche y no encuentro la palanca de cambios y es el mismo modelo que el tuyo… Aha… o sea las marchas están en el volante… si, ya las veo… hace un ruido raro el coche… hay un aviso que debo sacar el freno de mano… ¡ah! Está donde en mi coche esta lo de abrir el capó, ¡claro! Bueno ya está te dejo ¿eh?…Si, si ya hablaremos. Muchas gracias.
— No quiero empeorar la situación, Cris, pero le podrías haber preguntado como subir el respaldo, te va a ser muy complicado conducir con el respaldo tan inclinado, por cierto ¿quién es Arnau?
— ¡Mierda con el respaldo! Bueno, es igual, no voy a volverlo a llamar por esto. ¿Arnau? Ah! Nada, mi ex de la uni. No preguntes, solo hacía 10 años que no hablaba con él. Anda, ¡nos vamos!
— Vamos, todo tan normal…

— Joaquín, qué bien que ya te hayan atendido, ¿Cómo te encuentras? —(Te ha cambiado la cara, ¿eh?
— Hola, mucho mejor, muchas gracias.
— No llores, hombre, ya ha pasado — (Qué vulnerable que parece un hombre de su edad llorando)
— ¿Le puedes dar tu teléfono a mi mujer?
— Claro Joaquín, no te preocupes, mejórate.
— Dame un abrazo antes de irte.

— Cris, ¿te das cuenta de la suerte que ha tenido este señor de que paráramos nosotras y no dos milenials desentrenados en el arte de la ansiedad?
—Si, Ana. ¿Qué le ha debido pasar?
— ¿En serio me lo preguntas? ¿No tienes ninguna historia de la tuyas en cabeza? Me decepcionas.
— Si, la tengo, pero estaba esperando que me la preguntaras. Ella le ha puesto los cuernos con el jefe de él, se lo ha dicho mientras iban en el coche camino a su segunda residencia de lujo a pie de playa, ¿Qué te pasa? No me mires así, mujer.
— Cris, si algún día quieres ser escritora, haz el favor de inventarte historias menos convencionales. ¿No querrás acabar siendo una E.L. James? O, peor, ¿una Stephenie Meyer?
— Joder, ¡al menos ellas están forradas! Vale pensaré algo mejor. ¿tú crees que llamará?
— Cris, claro que llamará, le has salvado la vida.
— Ana, eres una exagerada, no era un ataque de corazón, era un ataque de ansiedad.

— ¿Si?
— Hola, Cris, soy Joaquín. ¿Te acuerdas de mi? El tío que se moría en la carretera…
— Ostras, Joaquín, claro que me acuerdo de ti, ¿cómo estás?
— Bien… quería agradecerte lo que hiciste por mi el otro día, fuiste una gran terapeuta. ¿Dónde pasas consulta?
— ¿Consulta? No, no, no soy terapeuta. ¡qué va!
— Necesito terapia
— Si, Joaquín, todos necesitamos terapia.

—¿Por qué no le has preguntado qué le había pasado? Ahora nos quedaremos con la incógnita.
— Ana, a veces es mejor imaginar la vida que no que te cuenten lo que pasó de verdad.
— También es verdad, ¿has desarrollado ya una historia mejor? Cuéntamela.