Estaré sola y sin fiesta, Sara Barquinero.

“Estaré sola y sin fiesta” es una novela que te muestra de manera ágil dos historias paralelas.

Por un lado tenemos la protagonista: una joven que encuentra el diario de Yna en la basura. Su línea narrativa principalmente se desarrolla mientras busca qué fue de la autora del diario misterioso. Se junta en esa búsqueda una crisis existencial (que podemos achacar a la cercanía de los treinta) su hastío con la vida en general, la relación con su pareja, con su trabajo etc.

Por otro lado, mientras la protagonista busca respuestas a través de la investigación, descubrimos la historia de Yna, la persona que escribió el diario. Siempre conoceremos esta trama a través de las investigaciones de la protagonista, haciendo saltos temporales bien estructurados y que te guían a través del tiempo con mucha maestría.

Mientras lee el diario, la obsesión que tiene la protagonista de saber quién era Yna crece mientras viaja a Barcelona, Bilbao o Zaragoza para seguir las pistas que deduce del diario. Se pasa buena parte del tiempo buscando al supuesto amante de Yna, Alejandro. Sigue cada uno de lo indicios que encuentra y acaba encontrando a dos posibles candidatos.

Mientras todo esto pasa, su vida se queda como en pausa. El diario es una manera de escapar de una realidad que no le gusta ni le motiva. Su obsesión, casi enfermiza, le hace replantearse su entorno y muchas veces, dos vidas que parecían paralelas se entrecruzan para casi fundirse en una sola trama.

Te gustará este libro si empatizas con las protagonistas en plena crisis de adultez, si te gustan las historias bien tejidas y los interrogantes abiertos a una gran imaginación. El personaje principal está muy bien plasmado y su obsesión está descrita de una manera que acabas obsesionándote .

No leas este libro si lo que buscas es una novela de acción trepidante. Aunque pasan muchas cosas en el transcurso de las páginas, el ritmo no tiene nada que ver con la intriga y la gracia de las novelas de Agatha Christie.

Me sorprendió de este libro el primer capítulo: te habla de un gran hongo que existe en un bosque lejano y que se expande a través de la tierra. Hasta que no has avanzado bastante en las páginas de la historia, no entiendes el porqué de ese primer capítulo. Esa explicación detallada de un hecho científico parece no tener la más mínima importancia hasta que te das cuenta que te ayuda mucho a entender la psicología del personaje.

En mi opinión, Barquinero tiene un estilo bastante parecido al Lana Bastašić. No sé si es una cuestión generacional, que podría ser aunque entre ellas se lleven 8 años, o pura coincidencia. Leyendo «Estaré sola y sin fiesta» me ha parecido que el tono, la manera de explicarse, las inquietudes de los personajes, tenían bastante que ver con Atrapa la liebre. Aunque la historia no tenga nada que ver y las autoras sean de dos mundos totalmente distintos, me ha parecido curioso encontrar estas coincidencias en la voz narrativa.

Desde mi punto de vista, creo que una de las cosas que más engancha en este libro es el hecho que está en auge crear protagonistas en plena crisis existencial.

Esto sí me parece una un tema generacional. Creo que los que nacimos en los 80 y los 90 no nos cuesta nada vernos reflejados en historias que retratan uno de los principales problemas de nuestra generación: la pérdida de identidad, o más bien lo llamaría el caos identitario: somos una generación perdida entre el exceso de información, el exceso de formación, la falta total de motivación y la dificultad para llevar el cambio generacional que supone que antes la vida estaba pautada de una manera muy clara y ahora vivimos al día con inmediatez y casi con prisas. Yo creo que esto hace que empaticemos tanto con los libros cuyos protagonistas superan o pasan por una crisis de los 30 o de los 40 porque es más o menos lo que estamos viviendo todos.

No sé si Sara Barquinero es el descubrimiento del año, lo que sí puedo decirte es que vale la pena leerla.

Reseña: A visit from Voltaire de Dinah Lee Küng

Hoy te traigo algo distinto, algo realmente especial. Este libro me lo leí hace años y me encantó. Vivía en Durham por aquello del 2006 y un día me paseé por toda a biblioteca de la universidad, buscando algo que me hiciera reír. Encontré A visit from Voltaire de casualidad, casi cuando ya había desistido y me volvía a casa con las manos vacías, un poco desanimada. Lo cogí con poca o ninguna esperanza. Pero me equivoqué: encontré realmente lo que buscaba.

Este año 2021 he decidido releer algunos de mis favoritos (como si no tuviera ya un montón de libros pendientes) y este tenía que ser uno de ellos. No recordaba el título, ni el autor, ni la editorial, vamos que no tenía ni idea de cómo buscar en Google (créeme si pones “libros sobre Voltaire” te salen demasiados resultados y ninguno satisfactorio, ¿sabes cuántas biografías tiene este hombre?). De repente recordé que una vez se lo comenté a alguien que sabía mucho de libros y en ese momento me envió un e-mail con la carátula del libro preguntándome si era lo que estaba buscando. Hace poco recuperé el mail, que era de 2014, y acabé comprando el libro.

No sé si conoces David Safier. Es un autor con un estilo muy marcado, yo creo que es de esos que o te encanta o lo odias. A mí personalmente me parece hilarante, ojalá leyera por primera vez Maldito Karma y me echará unas risas, tan necesarias en estos días que corren. Bien, pues Safier tiene un libro que se llama Yo, mi, me… contigo donde la protagonista comparte cuerpo con el fantasma de Shakespeare. Lo leí hará cinco años. Me reí a lágrima viva. Y me volví a acordar de Voltaire.

Y dirás… ¿por qué me hablas de Safier si él no ha escrito este libro? Bien pues porque Dinah Lee Küng ha escrito una obra de arte con A visit from Voltaire. De hecho me atreveré a decir que merece incluso más que Safier ser reconocida a nivel mundial. Y traducida… porque por lo que sé solo se puede leer en inglés. Ojalá alguna editorial española se planteara traducirla y publicarla, porque te aseguro que merece mucho la pena.

Así en resumen la historia va de una mujer que tiene que trasladarse a vivir a Suiza. Madre de tres hijos y con bastante dificultad para adaptarse a su nuevo hogar, le cuesta congeniar con su nueva vida. Un día el fantasma de Voltaire se le aparece y empieza acompañarla y a conversar con ella. A visit from Voltaire no solo son risas y bromas, que también. Esta novela es un trabajo de investigación muy documentado y exquisito a través de la vida oculta de Voltaire.

Es verdad que quizá, al ser un personaje real, a veces los datos históricos pueden despistar un poco. No es un libro con el que te estés riendo continuamente, pero incluso esos momentos reales, donde se descubren muchas cosas del personaje, Voltaire nos los cuenta con humor y estilo.

Creo que Dinah Lee Küng hizo un trabajo digno de admirar, construyendo un fantasma con un personaje tan complejo como este filósofo. Te acabas creyendo que realmente es el mismísimo Voltaire el que te acompaña párrafo tras párrafo. Y eso, por lo menos, merece mis más sinceras felicitaciones.

Ordesa de Manuel Vilas

Este libro es una oda a los padres y a la escritura. Es un templo al mundo interior. Ordesa es una arma de doble filo: te atrapa y toca la fibra, pero puede llegarte a empachar. Hay que estar preparado para leerlo, no te vale cualquier momento vital: hay que estar en calma. No dudo que si lo volviera a leer, prestaría atención a pasajes distintos a los que he subrayado ahora.

De la muerte de los padres se habla poco, quizá porque es algo que no va contra natura. Se habla más de muertes inesperadas, o dramáticas. Que un padre se muera antes que un hijo es, digamos, lo normal. A no ser que seas como yo y le tengas un pánico totalmente paralizante a la muerte; entonces ninguna muerte te parece natural.

Ordesa son recuerdos, mezclados entre la realidad y la ficción, donde Vilas demuestra un dominio de la lengua extasiado y armónico. Es un libro de poesía en ficción, lleno de sentimientos encontrados y nostalgia afirmativa.

He de confesar que algunas páginas me las leí en diagonal. No porque no fueran increíbles, que seguro que sí, sino porque en mi subconsciente no estaba preparada para ellas. Creo que es un libro a releer en diferentes momentos de tu vida. Estoy convencida que a cada lectura descubriría una joya más, pero no se puede asumir todo en una sola vez. Es necesario releerlo, a cachitos, saboreándolo con un buen café, con calma, como pasan los pensamientos en el libro. No es necesario leerlo de un tirón, ni engancharte a sus páginas de principio a fin. Es imperativo disfrutarlo, digerir sus párrafos, sin prisa, como una comida de domingo. Es condicional hacerlo de fin de semana a fin de semana, intercalarlo con otro libro, algo más light de ficción. Ordesa puede emborrachar, indigestarse, si no se toma en pequeñas dosis.

Me gustan los libros que mezclan cualquier tema con la escritura, es como si escribir fuera parte de todo, de cualquier vida. Me gusta subrayarlos a lápiz, pero confieso que a veces lo hago a boli, o simplemente paso de coger nada y doblo la página, sin más. Luego las releo para encontrar trocitos de una genialidad que ojalá yo fuera capaz de reproducir. Te pongo un ejemplo de Ordesa:

“Porque la materialidad de la escritura es la escritura. De hecho, santa Teresa escribió como escribió porque se le cansaba la mano de tanto meter la pluma en el tintero, de ahí su letra desganada y caótica y feroz y con mala sangre. Si hubiera tenido un boli Bic, su estilo habría sido otro”

Este es solo un fragmento de un capítulo en el que describe la impotencia de cómo se escribe. Con este libro, Manuel Vilas nos regala instantes eternos y deliciosos leer a gusto del consumidor.

Atrapa la liebre. Lana Bastasic.

“Para Lejla, la vida es un zorro rabioso que viene a hurtar gallinas por la noche. Para ella, escribir sobre la vida significaba fijar la mirada en la gallina descuartizada al día siguiente, sin ninguna opción de capturar a la bestia in fraganti”
Siempre me han gustado los libros que hablan de road trips, aunque he leído pocos y de esos pocos creo que ninguno me ha atrapado como este (si tienes alguna sugerencia de novelas de este tipo, no dudes en dejármela por aquí). Me parece una genialidad ambientar un libro que habla de los recuerdos de la guerra sin mencionar en una sola línea la palabra “guerra”. Es sublime, no sólo por la ausencia de la palabra sino porque te transporta a esa Bosnia oscura que alguien que no ha pasado por una situación bélica de estas características no se puede ni llegar a imaginar.

También es un libro sobre la amistad, sobre la evolución de dos personas a lo largo del tiempo, de cómo podemos cambiar, acercarnos y alejarnos mientras lo años pasan. Pero esta novela, por encima de todo, es un análisis de las psicológico personalidades de Lejla y Sara, un poema a su relación a su historia recortada y construida de fragmentos que se enganchan en el cerebro de Sara. La narradora explica, con una combinación perfecta, su presente y su pasado teñidos de oscuridad y sombras. Atrapa la liebre es un viaje a un mundo que Sara parecía querer olvidar y quilómetro a quilómetro recuerda desde una perspectiva sincera y desgarradora.
Según las críticas es un País de las Maravillas balcanizado. Después de leer una entrevista a la autora entendí mucho más de la novela y lamenté muchísimo no hablar serbocroata, la lengua en la escribió la obra. Con la traducción se pierden matices, y en este caso estoy segura que el hecho de escribirla en una lengua que han divido en tres lenguas distintas y ya no existe (como si esto se pudiera hacer) es un punto que un lector que lea la versión traducida (por muy buena que sea, y en este caso la edición de Navona Ficciones es impecable) pierde contexto, porque mucha parte de la obra se centra en la identidad, y la lengua es identidad.
Lo primero que me llamó la atención de la novela es que empieza en minúsculas. Parece un detalle sin importancia, pero al finalizarla entendí el porqué de compararla con el País de la Maravillas. La autora reescribió los doce capítulos de Lewis Carroll para crear su propio mundo en llamas. Con ello creó dos personajes intensos y maravillosos que hacen que la historia fluya entre las venas del lector en apenas una tarde.

Gente normal. Sally Rooney

“… No conseguía entender cómo había ocurrido, cómo había dejado que la conversación se le escapase de las manos de esa manera…”

Gente normal es un libro que engancha por ser tan normal. La historia de Marianne y Connell es turbia, extraña, dilatada en los años e intensa. Es de esas historias que no sabes si los protagonistas acabarán por abandonarse o quererse para siempre. Un relato de amor que debe pasar por las diferentes etapas de la infancia, juventud y madurez mientras los protagonistas crecen tanto por separado como juntos.

Por un lado, Connell me ha parecido un personaje con pocas entrañas, de esas personas que no les iría mal recibir un par de hostias para que la sangre le hierva un poco. Es bastante tibio, pero entrañable. Por otro lado, hay capítulos en los que Marianne me ha caído realmente mal: es un personaje complejo psicológicamente que cree que, por hecho de ser quien es, se merece que los hombres la desprecien, tiene muy poca autoestima y un punto autodestructivo. Ambos tienen un complejo de inferioridad que a cualquier terapeuta le encantaría poder tratar.

Con un lenguaje sencillo y una trama cronológica y estructurada de manera simple, Gente normal es un libro que se lee rápido. No es solo una historia de amor, es la psicología de dos personajes cuyas personalidades se acercan y se alejan en lo que transcurre el tiempo. Es una obra que recomendaría a alguien que busque algo ágil pero con cierto grado de profundidad, unas líneas para sentirse identificado y poder empatizar con los personajes.

Hay pasajes en la novela, situaciones, que podrían haberle pasado a cualquiera. La frase que introduce esta entrada, por ejemplo, es parte de una página que describe cómo podemos iniciar una conversación y cagarla, no se sabe muy bien cómo, y que resulte que la situación se acabe torciendo tanto que las consecuencias no te las podías ni imaginar antes de empezar a hablar.

Creo que es un libro que puede gustar a diferentes edades. De hecho, cuando lo leí pensé en Marina, mi post-millennial favorita a la que estoy introduciendo al mundo de la buena literatura (la última vez le dejé Faulker, Safier y Gabriel García Márquez, porque tiene mucho que aprender y tiene que leer de todo. Estoy a un paso de dejarle Tolstoi), pero también pensé en Natalia que no necesita que yo le enseñe nada y ya pasa de los 30, probablemente incluso podría recomendárselo a mi madre porque creo que es un libro sin edad: que lo disfrutes dependerá más del momento vital que no de tu madurez.

En él encontrarás una gran historia, de esas que duran años, de gente que engancha, con un punto justo de purpurina al estilo de “No soy una persona religiosa, pero a veces pienso que Dios te hizo para mí”, pero tampoco sin vomitar demasiado romanticismo, solo con el necesario para disfrutar de un buen rato literario.

A mí no me pasará

Al entrar he mirado qué marca de café utilizan porque un buen café depende de tres factores cruciales: la calidad de la máquina, la calidad del café y la maña que tenga quien te lo va a servir. Una vez certificada la marca y la máquina solo queda dejar al destino que el/la camarero/a te lo haga como toca. Me he quedado un segundo observando en la puerta, he visto como la camarera presionaba bien el soporte del filtro y justo antes de encajarlo en la máquina ha cerrado los ojos y ha olido el café. Buena señal, respeta el ritual, así que me he sentado en la mesa de la esquina, la más alejada de la puerta para que no me molesten, y he pedido una taza de café largo (pero no me pongas agua, ¿eh? Hazme un café cargado) y he sacado el e-book. García Márquez se merece el mejor ambiente y el mejor café.

Ella ha llegado tres o cuatro minutos más tarde. Es como diez años mayor que yo. Tiene una presencia inquisitiva, imponente. Ha entrado como si el local fuera suyo. Llevaba un bolso perfectamente combinado con el resto de sus accesorios y un vestido de vuelo de esos que parecen tan caros. Me he preguntado si la ropa interior también se la ha puesto a conjunto. Seguro que sí, parecía una de esas mujeres que lo tiene todo planificado. Se ha parado unos segundos en la puerta y ha mirado a la camarera, que preparaba mi café. Era como si evaluara el local para decidir si el café estaba a su nivel. Me ha parecido una de esas persona que succiona la energía de todo aquel que se cruza en su camino, como si en el mundo la importante solo fuera ella. Se ha sentado en la mesa de al lado y, sin ni siquiera darme los buenos días, ha sacado un libro del bolso y se ha puesto a leer. Seguro que es una snob, he pensado, de estas que leen superventas y escogen un libro por la portada.

Parece una tía arrogante, de esas personas que te hacen sentir ridícula a su lado. Un carácter fuerte. La gente dice que yo también lo tengo, pero ella parece mucho más fuerte que yo. Ha levantado la vista cuando ha entrado otra chica, con los labios rojos, parecía de esas personas que se pasan horas delante el espejo. Al sentarse no se han dado dos besos y daba la sensación que ambas luchaban por consumir la energía de la otra. Me ha recordado mucho a la relación que tengo yo con Sara: una especie de amor-odio, una carrera hacia quién de las dos es la más popular en todo. Pero a diferencia de estas dos chicas, Sara y yo siempre nos damos dos besos al vernos.
–¿Qué lees, Raquel?– ni siquiera le ha dicho hola.
–Un libro sobre el incendio de la biblioteca de Los Ángeles en 1986. Pero me está poniendo un poco triste– ha respondido la tal Raquel con una voz que no cuadraba con su apariencia, una voz dulce y tímida. ¡Qué tema tan turbio y poco comercial! A lo mejor me he equivocado y soy yo la que ha juzgado un libro por su portada
–Eres un poco freak, ¿lo sabes, no? Parece un poco tostón, ¿tiene serie en Netflix?
–Susana, hija, a tu edad ya deberías aprender a tener suficiente concentración para leerte un libro de principio a fin. Sigo sin entender cómo hemos conseguido seguir siendo amigas hasta los 33, no coincidimos en nada, en el cole teníamos más en común.

He sonreído detrás del libro, realmente parecían la noche y el día. La tal Raquel se mueve como si fuera la dueña del sitio, de su vida, como si estuviera por encima del resto de los mortales. En cambio la tal Susana parece un poco más dócil, más preocupada por agradar que por conquistar. Entre ellas hay una tensión invisible constante, como si compitieran por un trofeo inexistente.

–¿No te pasa que a veces lees un libro y te acuerdas de alguien a quien te gustaría recomendárselo?
–No lo sé, Raquel, quizá si leyera algún libro me pasaría pero… no. Supongo que no te habrá hecho pensar en mi, ¿verdad?
–Sabes de sobra que pensaba en Covi, tratándose de un libro sobre una biblioteca. Hace tanto tiempo que no hablamos con ella que no sé, pero de repente me ha dado pena no poder decirle que le encantaría este libro.
–¡Bah! Es ella la que decidió irse, para mi ni siquiera es una amiga ya, es una extraña, no sé qué le contaría ahora si quedáramos con ella, hace más de medio año que se fue, creo que ni siquiera recuerdo su cara.
–¿Cómo puedes decir eso? A Covi la conocíamos desde… ya ni siquiera me acuerdo cuánto tiempo hace.
–¿Y qué? El tiempo no es lo importante, Raquel, lo importante es quién se queda al cabo de los años, quizá tengas mas cosas en común con alguien que acabas de conocer que con alguien que conociste en la adolescencia. La gente evoluciona, tu deberías hacer lo mismo. Olvídate de Covi, ella tiene su vida y tú, la tuya.

Las he mirado de reojo. Susana habla de esta tal Covi con un tono de desprecio sorprendente. ¿Cómo puede ser tan cínica? Si algún día fueron amigas algo de aprecio le debería quedar. Espero que no sea por la edad, me veo un poco reflejada en Raquel, pero a diferencia de ella, para mí mis amigas son imprescindibles.

–El otro día la vi, en la cafetería de antes – Raquel lo ha dicho como si fuera un secreto, como si esperara que la reacción de su amiga fuera un volcán a punto de erupcionar –No hablé con ella, eh… yo… estaba en la terraza y entré para ir al baño y entonces la vi ahí con el ordenador, muy concentrada.
–Pero, a ver, para ir al baño seguro que pasaste cerca de ella,¿no?
–Sí, pero ya te digo, debía estar corrigiendo exámenes, ya sabes como se ponía de seria, podría haber estallado una bomba en la calle y ella no se hubiera ni inmutado.
–Le podrías haber dicho algo, Raquel, tampoco es que nos hiciera nada, no sé, un día simplemente dejó de venir y ya.
–Supongo que no le dije nada porque para mí es como si me hubiera traicionado y si la hubiera saludado, tampoco hubiera sabido qué decirle.
–Seguro que tenías un montón de cosas que decirle, tú y ella teníais una conexión especial, erais muy amigas.
–Pues, no sé, Susana, quizá porque me cuesta aceptar que ahora simplemente tiene otra vida, que nos hemos hecho mayores y lo que teníamos antes ya no le interesa.
–En el fondo te entiendo, yo creo que si me la encontrara también haría ver que no la veo y ya está. Pero en el fondo también la echo mucho de menos.
–Qué mierda hacerse mayor, ¿no? – ha dicho Susana mientras ha hecho un gesto la camarera para pagar.
–Y pensar que a los veinte creímos que después de tantos años de conocernos, seríamos amigas para siempre, que superada la infancia y la adolescencia nada nos podría separar. Y por cierto, yo no me hago mayor, pequeño saltamontes, yo me hago mejor.

Se han ido, y me han dejado un rastro de angustia que no he sabido gestionar. ¿Y si es verdad? ¿Y si hacerse mayor es perder la gente que tengo ahora? Había algo en esa chica, en la segura de si misma, que me ha hecho pensar en mí, como un aire, un presagio. Hay cosas de ella que me han gustado pero otras que me han generado un poco de aversión. No sabría decir si la conociera si me caería bien o mal. Quizás jamás congeniaríamos, porque yo también tengo carácter. La he visto como un reflejo, parecía dolida y triste, muy triste. Yo no sé que haría sin mi mejor amiga, hace tanto que nos conocemos que no concibo que un día simplemente ya no esté aquí.

Al tener este pensamiento me ha dado un pinchazo en el corazón. He dejado el libro y
la he llamado. Jamás le he recomendado Cien años de soledad, ya va siendo hora que se lo lea.

Nosotras tenemos algo especial, una relación diferente.
A nosotras no nos pasará.
A mí no me pasará.

Los ángeles de hielo. Toni Hill

Este es un libro ideal para un domingo de lluvia y confinamiento. Es fácil, rápido y sin complicaciones. Altamente recomendable para un light reading en toda regla.

Los ángeles del hielo es una historia que transcurre entre dos tiempos, dos épocas muy diferenciadas: el pasado y el presente. Por un lado tenemos la historia que ocurrió hace años, lo que pasó en el internado, y por otro tenemos los crímenes de hoy cuya clave se encuentra en las historias del pasado.

Esta es una historia fácil de seguir con un punto oscuro inquietante que recuerda, en estilo, un poco a La sombra del viento. El autor nos deleita con una trama intrigante y digna de una buena novela negra. He de decir que no soy muy fan de este tipo de novelas porque es difícil sorprenderme, pero en este caso en ningún momento me he imaginado el final.

Sin duda esta es una de las novelas que hoy recomiendo a todos esos amigos que les gusta leer pero que no tienen mucho tiempo y no quieren pensar mucho. Es para aquellos que les apetece aislarse un ratito de estos tiempos que corren sin hacer mucho esfuerzo mental, solo por el placer de leer.

Relatos Confinados: Sonreír en un clic

Abre los ojos y, por un instante, casi olvida qué día es hoy. Se levanta y mira por la ventana. La calle está tan tenebrosamente vacía que a Lidia se le escapa una lágrima.

Alcanza a ver el campanario a lo lejos, dando las horas.

Un, dos, tres, cuatro, cinco, seis.

Siempre ha sido madrugadora. Ahora lo es por obligación; si quiere tener un momento para ella, solo le queda dejar de dormir. Él sigue durmiendo, con ese sueño profundo que los hombres no pierden con la paternidad. Mira la cuna y aguanta la respiración; si le despierta ya no tendrá su momento de calma.

Vuelve la vista a través de la ventana, le parece que clarea, o quizá solo son sus ganas de ver luz. Si hoy hubiese sido un día normal, su rutina habría sido distinta. Se habría levantado pronto, silenciosamente para no despertarlos, y se habría tomado el primer café mirando la ventana pero sin llorar. Se habría vestido con ropa cómoda, habría cogido el libro que estaba leyendo y lo habría metido con sigilo en el bolso, sin encender ninguna luz, y habría salido de puntillas, con los zapatos en la mano y cerrando la puerta con una pequeña expresión facial de suspense, asegurándose que ninguno de los dos abría los ojos.

Si hoy hubiese sido un día normal, en la escalera habría respirado tranquila mientras bajaba rápido para llegar al rellano. Habría caminado unos 15 minutos para llegar a esa cafetería donde el café es tan bueno y se habría sentado a leer mientras se tomaba un segundo café, saboreando las páginas sin prisa, con su sabor dulzón de una cucharadita de más de azúcar y el amargo de terminar un libro que le enamoró y se resistía a terminar.

Si hoy hubiese sido un día normal, la ciudad habría despertado poco a poco, con su olor a flores y literatura. De camino a casa, Lidia habría saludado a su librera, que le habría devuelto el saludo con un gesto de felicidad estresada por el gran día. Lidia no alcanza a entender cómo la gente compra libros en Amazon, todo el mundo debería tener una librera (o librero) de confianza, alguien experto en biblioterapia sin haber estudiado, alguien que con solo entrar en la librería pueda decirte, según tu estado de ánimo, qué libro te va a ayudar. Su librera es así: tan especial, observadora, es como su terapeuta emocional, solo que en vez de hacer terapia le vende libros.

Si hoy hubiese sido un día normal, con su saludo de primera hora de la mañana, la librera le habría alargado un paquete, como si de contrabando se tratara. Era su regalo de Sant Jordi, envuelto con una cinta roja y una tarjeta escrita con caligrafía impecable. Su primer libro del día, el primero de varios. Le habría quedado el regalo de su marido, que siempre escogía algo que después pudiera leer él, más que algo que le pudiera gustar a ella. Y luego le quedarían sus autoregalos. Estos no tenían límite, tenía una partida presupuestaria anual especial para el día de Sant Jordi. Los habría comprado con una videollamada a Sara en tiempo real, mientras se enseñaban las portadas y comentaban con falsa modestia lo poco que habían leído en la vida y lo mucho que les quedaba por descubrir. Sara es su otra biblioterapeuta, hace tiempo que los libros de Lidia dejaron de ser solo suyos y pasaron a ser de las dos. Tienen, como a ellas les gusta llamarla, su biblioteca compartida.

Si hubiera sido un día normal, al llegar a casa él le habría dado los buenos días, mientras con una mano le alargaba una rosa recién cortada del rosal y con la otra aguantaba a su bebé que ya no era tan bebé. Le habría dado un beso y le habría dejado la ducha libre para que ella se pudiera preparar para ir a trabajar. Por la tarde, los tres juntos habrían paseado entre las paradas del centro y escogerían, junto con Sara a través de la pantalla, todos los libros que se habrían llevado a casa.

Recuerda su rutina desde la ventana, porque hoy no va a poder hacer nada de eso. Llevan 42 días sin salir de casa. 42 días han dado, con un niño de 2 años y pico, para desarrollar mucha imaginación y leer todos los libros que tenían acumulados. ¡Puto virus! Nadie iba a pensar que el Covid-19, que en diciembre parecía algo tan lejano, un simple virus asiático, iba a joderles el Sant Jordi. Pues sí, se lo jodió. Sin embargo, no piensa dejar que este día deje de ser especial. No habrá paradas de libros ni las conversaciones con la librera, ni con Sara, pero va a tener sí o sí su cena especial.

Él le había dicho que si tanto echaba de menos los libros, se comprará alguno en Amazon. A veces Lidia piensa que no la conoce nada. Jamás había comprado un libro en Amazon y no iba a hacerlo ahora, su librería abrirá en cualquier momento, aunque sea en julio, y entonces los comprará ahí. Sin embargo espera que él no piense lo mismo y tenga un detalle con ella. Lidia va a encargar una cena especial en su restaurante favorito, el restaurante al que hubieran ido si no estuvieran confinados y hartos de verse las caras. Por lo menos espera que él sí que haya comprado un libro por Amazon.

Pero las horas pasan y hoy no hay rastro de la rosa recién cortada, ni ningún signo de un paquete marrón en la puerta. Así que a medida que pasa el día, Lidia pierde la esperanza de que hoy no sea un día distinto a los 42 que han vivido estos días. Está agotada, agotada de jugar con su hijo, agotada de no tener sus momentos, agotada de vivir en el día de la marmota, agotada de teletrabajar, agotada de no tomarse su segundo café. Agotada de estar agotada

Al atardecer él parece haberse olvidado que hoy es hoy. Lidia se arrepiente ahora de haber encargado la cena, que pagará con su tarjeta y no con la de la cuenta conjunta, porque le parece que ya no les queda nada que celebrar.

Entonces pasa lo que lleva todo el día esperando. Suena el timbre y al otro lado del interfono el repartidor le anuncia que tiene un paquete para ella. A Lidia le brillan los ojos y se emociona mientras dice un “gracias, cariño” al que él contesta con una mirada que ella no sabe descifrar.

Al final él sí que compró en Amazon, será un pequeño secreto que le esconderá a su librera para no herir sus sentimientos. Desde el sofá él parece fingir que no sabe qué pasa. Siempre ha sido un mal actor, piensa ella.

Pero al abrir el paquete y descubrir el libro que perdió hace años, antes de conocer a su marido, sabe que no es un mal actor, realmente no ha sido él.

“¿Sabes que Amazon tiene una opción de comprar en un clic? Pues en un clic encontré La niña del vestido rojo, ese libro que dejaste a alguien y que nunca volvió. En un Sant Jordi tan apocalíptico, espero haberte traído una sonrisa en un solo clic. Sé que este es tu primer Amazon, pero ya sabes que situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas. No me lo tengas en cuenta, yo a tu librera no se lo voy a contar 😉 Te quiero. Sara”

Ella abraza el libro, como si abrazara el tiempo que está estancado y se da cuenta que aunque no haya sido él, por lo menos ha tenido su Sant Jordi especial.

Entonces llega la cena, con tápers reutilizables y olores familiares. Mientras él pone la mesa, Lidia piensa que es curioso que Amazon haya salvado su día, su primer Amazon le ha regalado una sonrisa con un solo clic.

Reseña: Felicidad. Mary Lavin

Felicidad es un libro de esos que te invitan a subrayar sus frases. Tiene expresiones tan perfectas y vivas que es imposible que te pasen por alto. De todo aquello que me llamó la atención quiero destacar algo que parece muy lógico pero que nunca nadie había expresado de una manera tan precisa: “El amor no puede conservarse para siempre en tercera persona del pretérito perfecto”. Solo por este tipo de afirmaciones vale la pena hacer un paréntesis en la lectura de novelas largas y adentrarse en los relatos de Lavin.

El libro lleva el nombre del primero de los cinco relatos que lo componen. Las historias están ambientadas en Irlanda y explicadas de manera ágil y sencilla, sin grandes maniobras literarias ni aspavientos. Una vez más lo importante de lo relatos cortos no es qué pasa, sino el cómo pasa, cómo se desarrolla la acción y, aún más importante, cómo se cuenta. Y Lavin lo cuenta muy bien, describiendo situaciones del día a día con destreza y sigilo, usando las palabras justas y símiles perfectos. Por poner un ejemplo, la autora nos deleita con una descripción sublime de la solemnidad diciendo “Indiferente a todo, avanzó sola por el pasillo, como si fuera una novia” y por un momento cualquier lector se imagina la expresión de la cara, la manera de moverse, e incluso el paso y el tempo de esta persona que se pasea por la iglesia.

Sin duda es un libro que me llevaría a la playa para disfrutar de una tarde de verano, o lo abriría mientras espero en un café a cualquiera de mis amigas de esas que siempre llegan tarde. Porque este es uno de esos libros que te hacen sonreír de felicidad. Y según Lavin :
“La felicidad destierra el dolor, igual que el fuego consume el fuego”

Fragmento: Todo empieza con un libro de Faulkner

Este es un fragmento de un capítulo de mi novela Volver a empezar que narra la historia de Águeda, una chica que se ve obligada a reconstruir su vida y a enmendar los errores del pasado. La novela aún no la he publicado pero espero que algún día vea la luz 😀

Hay un hombre en una de las mesas que lee Winesburg, Ohaio. Águeda nunca ha oído hablar de este libro y siempre que ve a alguien que lee algo que no conoce, no puede evitar sentir curiosidad. Le mira y concluye que si rebobinara 15 años ese sería el tipo de hombre que se hubiera llevado a la cama un jueves de fiesta. Este era un patrón que se repetía constantemente por aquel entonces: un chico que se quedaba en la barra sin bailar, haciendo ver que aquello de las fiestas universitarias no iba con él, con chaqueta de cuero y semblante superior. Se lo imaginaba bebiendo Ballantine’s con Red Bull, porque en aquella época no estaba de moda aún el gin-tonic con pepino ni ninguna de estas cosas que cuando tenía veinte años le parecían pijadas.

Se lo imaginaba en la barra, con la misma actitud que ahora que está sentado en una terraza de la playa con ademán de “acabo de llegar”. Lee con las piernas cruzadas, ignorando el mundo. Entre el tipo de chico de la uni y este solo debe haber unos treinta años de diferencia.

Ya no quedan hombres que lean en los bares y, aún menos, hombres que lean libros que Águeda no conoce. ¿Qué habría hecho Águeda con veinte años? Le habría provocado sin piedad. ¿Qué hará ahora? Nada, ahora solo es un vago recuerdo de la energía de cuando era jovencita. Sin embargo no puede evitar acercársele, porque la única mesa vacía es la que está a su lado. En realidad la del hombre y la vacía son dos mesas demasiado juntas para decir que están separadas y demasiado separadas para decir que están juntas. Águeda decide que no están juntas y camina hacía él con paso firme y mirada desafiante. Él la ignora detrás del libro. Como en la uni. Normal: un tío demasiado interesante para dirigirte la palabra, Águeda. Pero ella ha jugado mil veces a este juego: en la barra de los locales, en la cafetería de la uni, en el trabajo, en la biblioteca y, en realidad, en cualquier sitio donde hubiera un hombre interesante. Y él es un hombre interesante y, además, ella nunca lo ha intentado en un bar de la playa.

De acuerdo, esta mañana se ha prometido que no caería en los errores del pasado, pero… ¿puede destruir treinta y pico años de historia en cinco días?

En la universidad, Águeda se le habría acercado y le habría invitado a “lo que sea que esté bebiendo este chico que no sabe bailar” y él hubiera rechazado la copa sin apartar la mirada del infinito, que era mucho más interesante que cualquier pija de la Pompeu Fabra. Sin embargo, Águeda no desistía, ponía los codos sobre la barra y decía:
— Pudiendo estar leyendo Faulker y aquí estamos, escuchando Shakira.
Entonces le sonreiría, se mordería el labio (el labio era la clave, nunca fallaba) y le dejaría la copa al lado para ir directa a la cabina del DJ para pedir alguna canción de Shakira. Se pondría a bailar, como si el mundo no existiera, como si solo bailara para él, sin mirarlo. Él tenía el tiempo de una canción para acercarse y preguntarle quién era Faulkner o para decirle que no habían leído nada suyo. Si no lo conocía, dependiendo de su estado etílico, le valdría para una noche.

Sorprendentemente, algunos sabían quién era Faulkner y cuando les preguntaba cuál era su libro favorito y contestaban Sartoris, ella ya se había bajado las bragas. Todo tan simple, tan superficial.

Superficial. Es una palabra que le duele y no quiere que la defina, pero lo piensa mientras mira los dedos de este hombre y se los imagina recorriéndole el cuerpo. Empieza a preocuparle que los hombres cada vez le gustan mayores. ¿Cuántos años puede tener? ¿Casi 50? Tiene un gran polvo, de una noche, y le adivina una V por debajo los tejanos.
Se le escapa una risa; recuerda que la primera vez que le contó a su hermana Nana qué significaba cuando un hombre tenía una V casi se mea de risa. Es esa forma de V que tienen los hombres que están en forma, le dijo, que les recorre el estómago siguiendo el camino hasta el hueso de la cadera, al lado de los abdominales, y que acaba justo encima del pubis. Y Nana no entendía por qué las V eran importantes, pero Águeda estaba demasiado ocupada para explicárselo.

Sí, este chico, este hombre, debe tener una V insultante. Por esto piensa que quizás no ha cambiado tanto desde la uni. Y entonces de fondo suena Shakira, su preferida. El karma y ella empiezan a entenderse: esto es claramente una señal.
—¿Qué tal es el libro? —le pregunta Águeda con una caída de ojos. Mordisco en el labio, esto no puede fallar.
Él levanta la vista y ni se inmuta. De acuerdo, un tío dificil, puede trabajar con esto.
—Como París era una fiesta —le contesta sin levantar la vista de las página.
¿Qué quiere decir con esto? ¿En estilo? París no tiene nada que ver con Ohaio. Debería haber mirado en Amazon la reseña del libro. De haberlo hecho, hubiera descubierto que el autor de Winesburg se había visto influenciado por Hemingway. Él ha cometido el error de subestimarla y dañarle el orgullo
—Tú, ¿qué lees? ¿Megan Maxwell?—le pregunta el hombre fingiendo interés.
Águeda le clava la mirada como para matarle. ¿La está insultando, o qué? ¿Tiene ella pinta de leer Megan Maxwell? ¡Joder! Nicholas Sparks aún, pero ¿Maxwell?
—Casi… Leo a Jean Valjean—si no sabía ni quién era el protagonista de Los miserables no le valdría ni para echar un polvo. Ella lo mira desafiante.
—¡Ahm! 24601, ¿eh?— entona él como un silbido.
Un momento, piensa Águeda, si se sabe de memoria el número de prisionero de Jean Valjean se merece hasta sexo oral. Sonrisa. Mordisco en el labio. Movimiento de cuello a la izquierda. El camarero interrumpe para preguntarle qué quiere.
—Una cerveza, gracias, que sea Estrella Damm —contesta Águeda. Si tiene que vivir en un anuncio de Formentera, como mínimo que sea con nombre propio.
—Yo la invito —dice él marcando territorio— Victor Hugo está bien, pero yo soy más del estilo de Faulkner ¿has leído algo suyo?
¿Está hablando en serio? Acaba de encontrar el único tío en el planeta que usa la misma estrategia que ella para ligar. ¿Está de coña?
—Brutal, Sartoris, ¿verdad? De mis top 10 —le contesta ella simulando que duda.
—Yo prefiero El ruido y la furia.
—No lo he leído—Águeda lo dice con vergüenza fingida, sabiendo que se le ve a la legua cuando miente.
—Te lo puedo dejar, no puedes ir por el mundo sin haber leído la mejor obra de Faulkner— lo dice mientras pide la cuenta.

Ha sido más fácil de lo que esperaba. Se acaba la cerveza mientras él le alarga el casco. Llegan al aparcamiento de la playa y a Águeda le da reparo decir que le dan miedo las motos. Él le explica que ir caminando es un palo, que todo es subida y que después la bajara al coche, pero que ahora no le apetece pasear. Cuando él arranca, ella se da cuenta que se ha olvidado de preguntarle cómo se llama. Pero para ella tampoco es una información esencial ahora mismo.