A mí no me pasará

Al entrar he mirado qué marca de café utilizan porque un buen café depende de tres factores cruciales: la calidad de la máquina, la calidad del café y la maña que tenga quien te lo va a servir. Una vez certificada la marca y la máquina solo queda dejar al destino que el/la camarero/a te lo haga como toca. Me he quedado un segundo observando en la puerta, he visto como la camarera presionaba bien el soporte del filtro y justo antes de encajarlo en la máquina ha cerrado los ojos y ha olido el café. Buena señal, respeta el ritual, así que me he sentado en la mesa de la esquina, la más alejada de la puerta para que no me molesten, y he pedido una taza de café largo (pero no me pongas agua, ¿eh? Hazme un café cargado) y he sacado el e-book. García Márquez se merece el mejor ambiente y el mejor café.

Ella ha llegado tres o cuatro minutos más tarde. Es como diez años mayor que yo. Tiene una presencia inquisitiva, imponente. Ha entrado como si el local fuera suyo. Llevaba un bolso perfectamente combinado con el resto de sus accesorios y un vestido de vuelo de esos que parecen tan caros. Me he preguntado si la ropa interior también se la ha puesto a conjunto. Seguro que sí, parecía una de esas mujeres que lo tiene todo planificado. Se ha parado unos segundos en la puerta y ha mirado a la camarera, que preparaba mi café. Era como si evaluara el local para decidir si el café estaba a su nivel. Me ha parecido una de esas persona que succiona la energía de todo aquel que se cruza en su camino, como si en el mundo la importante solo fuera ella. Se ha sentado en la mesa de al lado y, sin ni siquiera darme los buenos días, ha sacado un libro del bolso y se ha puesto a leer. Seguro que es una snob, he pensado, de estas que leen superventas y escogen un libro por la portada.

Parece una tía arrogante, de esas personas que te hacen sentir ridícula a su lado. Un carácter fuerte. La gente dice que yo también lo tengo, pero ella parece mucho más fuerte que yo. Ha levantado la vista cuando ha entrado otra chica, con los labios rojos, parecía de esas personas que se pasan horas delante el espejo. Al sentarse no se han dado dos besos y daba la sensación que ambas luchaban por consumir la energía de la otra. Me ha recordado mucho a la relación que tengo yo con Sara: una especie de amor-odio, una carrera hacia quién de las dos es la más popular en todo. Pero a diferencia de estas dos chicas, Sara y yo siempre nos damos dos besos al vernos.
–¿Qué lees, Raquel?– ni siquiera le ha dicho hola.
–Un libro sobre el incendio de la biblioteca de Los Ángeles en 1986. Pero me está poniendo un poco triste– ha respondido la tal Raquel con una voz que no cuadraba con su apariencia, una voz dulce y tímida. ¡Qué tema tan turbio y poco comercial! A lo mejor me he equivocado y soy yo la que ha juzgado un libro por su portada
–Eres un poco freak, ¿lo sabes, no? Parece un poco tostón, ¿tiene serie en Netflix?
–Susana, hija, a tu edad ya deberías aprender a tener suficiente concentración para leerte un libro de principio a fin. Sigo sin entender cómo hemos conseguido seguir siendo amigas hasta los 33, no coincidimos en nada, en el cole teníamos más en común.

He sonreído detrás del libro, realmente parecían la noche y el día. La tal Raquel se mueve como si fuera la dueña del sitio, de su vida, como si estuviera por encima del resto de los mortales. En cambio la tal Susana parece un poco más dócil, más preocupada por agradar que por conquistar. Entre ellas hay una tensión invisible constante, como si compitieran por un trofeo inexistente.

–¿No te pasa que a veces lees un libro y te acuerdas de alguien a quien te gustaría recomendárselo?
–No lo sé, Raquel, quizá si leyera algún libro me pasaría pero… no. Supongo que no te habrá hecho pensar en mi, ¿verdad?
–Sabes de sobra que pensaba en Covi, tratándose de un libro sobre una biblioteca. Hace tanto tiempo que no hablamos con ella que no sé, pero de repente me ha dado pena no poder decirle que le encantaría este libro.
–¡Bah! Es ella la que decidió irse, para mi ni siquiera es una amiga ya, es una extraña, no sé qué le contaría ahora si quedáramos con ella, hace más de medio año que se fue, creo que ni siquiera recuerdo su cara.
–¿Cómo puedes decir eso? A Covi la conocíamos desde… ya ni siquiera me acuerdo cuánto tiempo hace.
–¿Y qué? El tiempo no es lo importante, Raquel, lo importante es quién se queda al cabo de los años, quizá tengas mas cosas en común con alguien que acabas de conocer que con alguien que conociste en la adolescencia. La gente evoluciona, tu deberías hacer lo mismo. Olvídate de Covi, ella tiene su vida y tú, la tuya.

Las he mirado de reojo. Susana habla de esta tal Covi con un tono de desprecio sorprendente. ¿Cómo puede ser tan cínica? Si algún día fueron amigas algo de aprecio le debería quedar. Espero que no sea por la edad, me veo un poco reflejada en Raquel, pero a diferencia de ella, para mí mis amigas son imprescindibles.

–El otro día la vi, en la cafetería de antes – Raquel lo ha dicho como si fuera un secreto, como si esperara que la reacción de su amiga fuera un volcán a punto de erupcionar –No hablé con ella, eh… yo… estaba en la terraza y entré para ir al baño y entonces la vi ahí con el ordenador, muy concentrada.
–Pero, a ver, para ir al baño seguro que pasaste cerca de ella,¿no?
–Sí, pero ya te digo, debía estar corrigiendo exámenes, ya sabes como se ponía de seria, podría haber estallado una bomba en la calle y ella no se hubiera ni inmutado.
–Le podrías haber dicho algo, Raquel, tampoco es que nos hiciera nada, no sé, un día simplemente dejó de venir y ya.
–Supongo que no le dije nada porque para mí es como si me hubiera traicionado y si la hubiera saludado, tampoco hubiera sabido qué decirle.
–Seguro que tenías un montón de cosas que decirle, tú y ella teníais una conexión especial, erais muy amigas.
–Pues, no sé, Susana, quizá porque me cuesta aceptar que ahora simplemente tiene otra vida, que nos hemos hecho mayores y lo que teníamos antes ya no le interesa.
–En el fondo te entiendo, yo creo que si me la encontrara también haría ver que no la veo y ya está. Pero en el fondo también la echo mucho de menos.
–Qué mierda hacerse mayor, ¿no? – ha dicho Susana mientras ha hecho un gesto la camarera para pagar.
–Y pensar que a los veinte creímos que después de tantos años de conocernos, seríamos amigas para siempre, que superada la infancia y la adolescencia nada nos podría separar. Y por cierto, yo no me hago mayor, pequeño saltamontes, yo me hago mejor.

Se han ido, y me han dejado un rastro de angustia que no he sabido gestionar. ¿Y si es verdad? ¿Y si hacerse mayor es perder la gente que tengo ahora? Había algo en esa chica, en la segura de si misma, que me ha hecho pensar en mí, como un aire, un presagio. Hay cosas de ella que me han gustado pero otras que me han generado un poco de aversión. No sabría decir si la conociera si me caería bien o mal. Quizás jamás congeniaríamos, porque yo también tengo carácter. La he visto como un reflejo, parecía dolida y triste, muy triste. Yo no sé que haría sin mi mejor amiga, hace tanto que nos conocemos que no concibo que un día simplemente ya no esté aquí.

Al tener este pensamiento me ha dado un pinchazo en el corazón. He dejado el libro y
la he llamado. Jamás le he recomendado Cien años de soledad, ya va siendo hora que se lo lea.

Nosotras tenemos algo especial, una relación diferente.
A nosotras no nos pasará.
A mí no me pasará.

Un Sant Jordi diferente

Hoy es un Sant Jordi diferente. Para mí normalmente es un día de fiesta donde mi único cometido es pasearme entre las paradas de libros de la Rambla y escoger los que me llevo a casa (que suelen ser muchos más de los que puedo leer en un año). Normalmente estos libros se quedan en la estantería de pendientes hasta que encuentro EL momento. Porque cada libro tiene su momento y su persona. Cuando leo suelo relacionar el texto con alguna persona que conozco a quien creo que le podría gustar. Suelo acertar; algunos dicen que tengo un don, yo creo que más bien es capacidad analítica. Muchos de mis amigos me piden que les recomiende lecturas y, antes de hacerlo, siempre les pregunto en qué momento vital se encuentran. A un libro puedes odiarlo o amarlo dependiendo de en qué momento lo lees. Hay que reconocer, también, que no todos los libros son para todo el mundo: debes encontrar el tuyo (o los tuyos, si eres como yo).

Debo confesar que he abandonado libros que he recuperado años después y se han acabado convirtiendo en algunos de mis favoritos. Escoger solo uno me cuesta, y mucho. Si tuviera que mencionar algunos libros o escritores que me hayan marcado por una razón o otra, la foto que encabeza este artículo sería una selección bastante representativa. Sin embargo, faltan muchos, muchísimos. Aquí te dejo los doce que he escogido:

  1. El Principito de Antoine de Saint-Exupéry. Quién me conoce sabe que lo he leído decenas de veces. Esta fue la historia con la que se inicio mi vena lectora y soñadora. Lo recomiendo una y otra vez a cualquier persona de cualquier edad aunque ya lo haya leído. Creo que cuanto mayor te haces más necesario es releerlo.
  2. Mientras escribo de Stephen King. He de reconocer que a mi Stephen King me deja más bien tibia. Fui incapaz de terminar It (aunque lo intenté y mucho), pero mi madre me regaló, hace muchísimos años, esta especie de autobiografía en un momento que dejé de escribir y para mí fue una revelación. Volví a cogerle el gusto al arte de narrar historias. Lo irónico es que fuera gracias a un autor del que nunca he conseguido terminar ninguna de sus novelas.
  3. Las nueve revelaciones de James Redfield. Este libro no me marcó por su calidad literaria, sino por quién me lo recomendó y por el momento que vivía cuando lo leí. Algunos dirán que es psicología barata, pero si te lo lees como una simple novela, su historia te puede atrapar.
  4. La dona del grill de Jordi Tiñena. Es uno de los poco libros que tengo firmados y dedicado por el autor. Lo guardo con mucho afecto porque representa una época de mi vida que recuerdo con mucho cariño. En esta obra, Jordi consigue atrapar al lector de una manera sublime, casi poética.
  5. De qué hablo cuando hablo de escribir de Haruki Murakami. No soy una incondicional de Murakami: no he leído todas sus novelas ni me ha gustado todo lo que ha escrito, pero tanto este como De qué hablo cuando hablo de correr me parecieron unas autobiografías muy inspiradoras. Aunque he de decir que de todos sus libros, mi favorito es Tokio Blues.
  6. Platero y yo de Juan Ramón Jiménez. Con este libro me pasa un poco lo mismo que con El Principito: no puedo ser imparcial. Este es el único recuerdo palpable que conservo de mi abuelo, lo guardo como un tesoro en un lugar especial de la estantería (un día, si eso, te explico cómo los clasifico, porque este tema merece un artículo aparte)
  7. Retrato del artista adolescente de James Joyce. Hay que leerlo sí o sí alguna vez en la vida, y creo que con una no es suficiente. También reconozco que leerlo en versión original es casi una obligación. Es pura magia.
  8. El alquimista de Paolo Coelho. Sé que Coelho puede parecer algo superficial y simple, pero El alquimista me pilló en un momento de mi vida bastante impresionable y me pareció una historia brutal. También te digo que los libros más recientes de este autor no me han gustado nada, me quedo con este y con Verónica decide morir.
  9. Invisible de Paul Auster. Con Auster tampoco puedo ser imparcial, creo que no me he leído nada suyo que no me haya parecido inmejorable. Pero Invisible es una obra relativamente poco conocida y me pareció que es la mejor de todas (obviamente espero que Brooklyn Follies y 4321 no se sientan ofendidos ante tal afirmación)
  10. Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Con este libro decidí que yo algún día escribiría una novela, aunque obviamente no le llegaría ni a la suela de los zapatos a esta gran obra de la literatura universal. García Márquez encendió algo en mí tan profundo que aún hoy recuerdo de memoria la primera frase de esta novela.
  11. El mundo de ayer de Stefan Zweig. Es curioso porque leo pocas autobiografías pero los libros que más abundan en esta lista son precisamente esto: autobiografías diferentes. El mundo de ayer fue el primer libro de Zweig. Tampoco soy fan incondicional, para qué engañarnos, pero esta obra me enganchó desde el primer momento y no la pude soltar. De hecho, me la leí en un día.
  12. Las cinco personas que encontrarás en el cielo de Mitch Albom. Mucha gente conoce Martes con el viejo profesor, una obra que yo me leí sin más. En cambio este libro me pareció diferente, fácil pero con un mensaje que vale la pena retener.

En esta lista no encontrarás Los miserables, lo sé, los echas de menos, mi estantería también, pero las dos veces que lo he leído lo cogí prestado de la biblioteca y hasta que no encuentre la edición perfecta, no lo compraré.

Estos libros y muchos más son los que me han marcado durante más de tres décadas. Seguro que tú tienes los tuyos 😉