Sobrevivir a la crianza y un relato para dejar el chupete

¿cómo sobrevivir a que tu hijo se haga mayor?

Encontrarás en esta publicación mi pequeña reflexión sobre la sensación cuando tus hijos crecen sin que tu puedas evitarlo.

Empecemos por el principio.

Soy Rosa y no estoy preparada para que mis hijas se hagan mayores.

Ale, ya está ya lo he dicho, me lo he sacado de encima y ya podemos continuar

Esto esta siendo un poco durillo estos días. No creía yo que tendría este sentimiento de culpa ante todos los cambios que me están atropellando últimamente. No míos, no. Mis cambios los gestiono fatal también, pero no pensaba yo que iba a llevar tan mal los cambios en lo referente a mis hijas.

Te lo cuento porque quizá te sirve, o quizá no, pero mira que me leas para mí ya es un honor así que vamos al grano.

En el último mes mi hija mayor, Arlet, ha evolucionado tanto que no me ha dado tiempo a asimilar que:

  • ha dejado el chupete
  • ha empezado a hablar y a comunicarse como una cotorra. Y no, no sé si lo ha heredado de su padre o de mí
  • está en proceso de dejar el pañal
  • me desafía con la mirada
  • ha aumentado el número de veces que dice NO por minuto. (y son muchas, créeme)

Bien. Quizá ahora estés pensando algo así como “ y la loca esta ¿pensaba que Arlet que ya tiene dos años y medio sería una bebé toda la vida?”. Pues no, pero la constatación de estos hechos me ha llevado a pensar dos cosas: me estoy haciendo mayor y el tiempo pasa demasiado rápido

Y no estoy preparada para ninguna de las dos.

Y quizá ahora dirás “vale rosa, pero el título de la publicación promete que me vas a contar cómo sobrevivir a ello”. Tienes toda la razón.

Te voy a decir que no creo que debas hacerme caso. Yo, como todas las personas con uno, dos o tres hijos, no tengo ni idea de lo que te va a funcionar a ti. Te puedo contar lo que me funcionó a mí, pero no por darte un consejo, sino para que tengas más opciones donde escoger. Darte consejos queda muy lejos de mis competencias.

Bien, al grano.

¿Cómo gestionar que tu hija diga NO a todo?

Difícil solución ¿eh? estoy segura que si has pasado por esta época, a ti también te ha pasado eso de “ como me vuelva a decir no, le pego un guantazo”. Seguramente también el guantazo nunca llegó, pero hay que reconocer que nos cuesta mucho salir de patrones que tenemos tan instaurados.

Primero de todo, el guantazo es el último recurso cuando ya no te queda razón. Digamos que seguramente a Putin le dieron unos cuantos sus padres. Recuerda que no eres peor madre o padre por tener este sentimiento en el que llegas a un punto en el que tu hijo o hija te lleva al límite y colapsas.

Te cuento lo que yo hago por si te sirve. Que ya te digo que no siempre soy racional y pierdo los papeles nivel huracán ¿eh? no te vayas a pensar que soy aquí un espíritu zen que va levitando por la casa.

Lo que yo hago es darle dos opciones. En vez de decirle que recoja algo, le pregunto si prefiere recoger sola o que yo la ayude. Si te fijas, cuando hay dos opciones hay menos probabilidades de que te diga que no, porque el no solo pega con una pregunta cerrada, no con una pregunta multiopción.

Parece una tontería y quizá ahora estás pensando que si me creo Maria Montessori. Esto no lo he inventado yo, lo he leído en algún libro y lo comparto contigo por si te sirve

¿Qué hacer cuando tu hija te desafía con la mirada?

No sé a ti, pero a mi me enerva que Arlet haga las cosas intencionadamente en plan “no tires eso” y ella me mire desde su casi metro de estatura y tire lo que sea en mi cara.

He leído por ahí que hay que educar menos en el no y más en el respeto. Más allá de ofrecerles alguna alternativa en plan “¿quieres dejarlo encima la mesa o me lo das a mí?” no se me ocurre nada.

Tampoco creo en el 100% en el refuerzo positivo ese en el que no puedes reñir a tus hijos y todas estas cosas que hoy en día están de moda. A veces no sabemos hacerlo. Y eso no nos hace padres o madres menos cualificados

Dejar el pañal, ¿quién de las dos no está preparada?

Mira esto lo llevo fatal. Yo pensaba que aún me quedaban meses por delante y de repente un día la profe de la guarde me cuenta que en el cole Arlet ya no lleva pañal porque va al lavabo con su amiga Ariadna.

Yo a veces me pregunto si en el cole tienen algún truco que es como “ el gran secreto de las maestras de infantil” y que cuando se gradúan prometen llevarse a la tumba y no compartirlo con nadie. Si no, no me lo explico.

Arlet odia profundamente que le quite el pañal en casa. No sé, quizá es una cuestión de celos, por el hecho que estamos todo el día cambiando el pañal de Cloe. O si no está segura de poder ir a l lavabo a tiempo y no soporta mearse encima.

El caso es que me siento un poco presionada. Quizá en la guarde la ven tan preparada que, sin mala intención, me animan a quitarle el pañal ya.

Me animan, no me obligan. Pero es inevitable que yo piense que soy la peor madre del mundo porque siento que por primera vez le estoy poniendo límites a mi hija.

Sé que esto es algo evolutivo Que si le pregunto a mi hija cuando llega a casa si quiere quitarse el pañal y me dice que no, quizá es o porque no está preparada o porque ella también quiere ese momento que tanto su padre como yo compartimos con su hermana menor.

Así que batallo todos los días con esa voz que tengo en la cabeza, una de ellas, que se divide entre saber que si en el cole es capaz de estar en pañal también lo es en casa y la culpa de no querer obligarla. Y en el fondo no querer que se haga mayor

¿Cuándo dejará de sorprenderme con sus palabras?

Es una pregunta retórica. Sé muy bien que aprenderá a hablar como una adulta. Aunque últimamente me he dado cuenta que ha empezado a usar pronombres y a a hacer frases gramaticalmente correctas.

Eso para mí es un shock. Y un alivio.

Entender que cuando se despierta por la noche es porque tiene miedo, sed o quiere a su padre significa que ya no tengo que batallar con una rabieta que ya no sé de dónde viene. Ahora las rabietas las batallo igual, o peor. Pero saber de dónde viene es pasar a poder conducir otro tipo de vehículo en el carnet de madre nefasta.

Tiene sus cosas buenas, dejando a un lado que la comunicación es de los indicadores más dolorosos que está dejando de ser una bebé. Te diré que esa sensación de escucharle decir “t’estimo” o «te quiero» en castellano me ha impactado tanto que no sabía que el corazón te podía explotar dentro.

Y sí, con esto termino mi momento purpurina. No te preocupes, no quiero indigestarte.

¿Cómo dejar el chupete sin moriren el intento?

Es curioso que algo que le damos a nuestros hijos por nuestro bien, para que deje de llorar, para que se calme, puede ser al mismo tiempo algo que decidimos nosotros también que debe dejar.

Mi hija no escogió llevar chupete. Se lo endiñé yo cuando la segunda noche del hospital pasó de ser un bebé recién nacido adorable a ser la viva personificación de un gremlin mojado.

Arlet no escogió ser adicta al chupete. Se lo di para que dejara de llorar cuando no se podía dormir.

Ella no escogió dejarlo. Yo decidí que era el momento adecuado

En mi ciudad hay una costumbre por la fiesta mayor: los niños atan el chupete a la cola de la Vibria. Un bicho bastante feo a mi gusto.

La preparé desde agosto, preguntándole si quería regalarlo y recordándole que sus amigas sí irían a la plaza de la catedral para dejar su preciado tesoro. Ella estaba convencida.

Hicimos fotos, lo colgamos en la cola de la bestia y, bueno, luego me di cuenta que realmente no sabía que si lo daba, significaba que ya no lo tendría más.

Pasamos un par de noches chungas. Chungas nivel divorcio en la que mi marido se debilitó ante el ataque incesante del enemigo. Pero yo no. Así que inventé una historia para contarle a mi hija que el chupete no volvería más. Te la comparto al final de este artículo por si quieres adaptarla a tu historia.

Nunca subestimes el poder de una buena historia. Esta se ha convertido en su favorita y desde que existe no ha vuelto a reclamar el chupete

Que sí, que ya sé que es egoísta no dejar que mi hija crezca. Que no, que no es que sea una madre obsesionada por el hecho de que le gustan los bebes. De hecho, jamás me gustaron los niños pequeños.

Pero que mi hija mayor se convierta de la noche a la mañana, en un mes, de una bebé a una niña, es la constatación dolorosa de que empieza una nueva etapa en nuestras vidas.

Y ¿qué quieres que te diga?, yo a veces lo del paso del tiempo no lo llevo bien.

Te comparto aquí la historia que le cuento todas las noches para dejar el chupete.

Había una vez en un país muy y muy lejano…

Una bestia buena que era mitad mujer y mitad dragón y se llamaba Víbria

Ese animal volaba un día por el reino cuando oyó el llanto de una niña y al aterrizar en el bosque para ver si podía ayudarla, se hirió en una ala.

La niña, Brit, lloraba desconsolada porque se había perdido. Había ido a la fiesta mayor del reino y se perdió.

—Brit, ya sabes que los niños deben ir de la mano de sus padres para no perderse ¿verdad? Venga súbete a
mi lomo que te llevo de vuelta.

Pero no alcanzó a alzar el vuelo, porque la herida le impedía volar

— Brit, ¿cuántos años tienes?
—Dos — le contestó la niña dejando de llorar
—Pues hemos tenido suerte, los chupetes de los niños de dos años son mágicos. Si me lo atas a la cola, podré volar.

Y así consiguió la bestia llevar a Brit al pueblo, volando por encima de campos y caminos.

Al llegar al pueblo, la Vibria sabía que si le devolvía el chupete a la niña, no podría llegar a casa ni salir en la
fiesta mayor del año siguiente.

Y como Brit sabía que su chupete era mágico, se lo regaló al animal para que pudiera volar.

Y así fue como la Vibria consiguió llegar a casa y guardó el chupete de Brit en una caja rosa, para atárselo el año siguiente en la cola y volar hasta la fiesta mayor.
colorín colorado, este cuento ha acabado

*este relato lo he inventado con Arlet basándonos en la costumbre de dar el chupete a la Vibria durante las fiestas de Santa Tecla. Y sí, mi hija escogió el nombre de la niña y el color de la caja del chupete. No hay mejor momento en el mundo que cuando nos inventamos cuentos para ir a dormir

Si te ha gustado y lo compartes no olvides mencionarme: el relato es propiedad de la imaginación de mi hija Arlet y no querrás robarle a un niña.

Todo pasa (y otras cosas que una madre no necesita escuchar)

Foto de Blasco Visual Studio

“Todo pasa” es una de las frases más repetidas. Ya en sí misma es una frase vacía que solo llena la conciencia de quien la dice. Porque ya sabemos que todo pasa, que nada dura para siempre, que las guerras se acaban. Pero ahora, ahora que estás triste, ahora que te sientes agobiada, sola, sobrepasada, que todo lo haces mal, no te consuela saber que todo pasa. Porque cuando pase, tendrás otras cosas en la cabeza y es ahora que lo estás pasando mal. Y no, ahora mismo no todo pasa.

Hoy vengo a hablarte del posparto. Pero del posparto que tiene más sombras que luces. Porque de las luces hablamos todos. En las redes inunda la positividad tóxica, las super mamás que lo pueden todo y no les falta nada, los bebés vestidos de blanco sin una mancha de leche agria, las parejas felices que se miran a los ojos con dos niños pequeños sonriendo. De cara a la galería todo es tan bonito, tan perfecto, tan armónico, que las sombras se disipan entre tanta sonrisa.

Pero no le vamos a dar solo la culpa a las hormonas de las sombras. Sí, es verdad, las hormonas son una mierda, pero no son todo lo que pasa en el posparto. Esas pequeñas cabronas no ayudan, nada, pero son tan invisibles que mucha gente cree que no existen. Hay gente que piensa que lo de las hormonas es una excusa que nos inventamos para poder justificar nuestro comportamiento irracional.

“Tienes que encontrar tiempo para ti”. A ver, vamos a ser realistas porque de verdad que esto de llegar a todo nos está hundiendo la vida. Sí, soy muy consciente que antes de ser madre, soy persona, y mujer, pero… con dos bebés en casa y una de ellas con escasas semanas, ¿en serio te crees que hay una remota posibilidad que tenga tiempo para mí? Si lo tuviera, probablemente me tomaría un gin-tonic en un bar con alguien con quien realmente quiera invertir mi tiempo. Gracias por decirme esto, pero hoy aún es pronto para el tiempo para mí.

“Tenéis que encontrar tiempo para vosotros”. Llegamos a la cama tan cansados que a veces me doy cuenta que en todo el día ni nos hemos mirado a los ojos. En un posparto inmediato el “nosotros” pasa a un segundo (o quinto) plano. En un posparto con dos bebés, el “nosotros” se diluye entre los biberones, las rabietas, las cacas explosivas y la vida entera. No, ahora no podemos encontrar tiempo para nosotros, porque primero tenemos que recolocarnos, reestructurarnos y encontrar nuestro sitio.

Y no me malinterpretes: el tiempo en pareja, solo dos, es muy importante. Lo sé, la teoría me la sé. Te lo juro. Pero también me sé la realidad: estoy en un momento en el que no me planteo aún dejar a Cloe con nadie (ni siquiera dejo que nadie la coja) y Arlet está en plena aDOSlescencia así que no quiero que nadie cargue con sus rabietas. Así que asumo que la pareja se ha puesto en pausa. Vendrán momentos para nosotros dos, incluso viajes o fines de semana. No sé si será en seis meses o dos años, pero sé que volverán las citas en la playa, las noches sin terrores nocturnos y los días que por fin tengamos un segundo para mirarnos a los ojos y reconocernos. Pero ahora no es ese momento. Ahora toca asumir cada uno su rol, transitar con nuestra bebé mayor el cambio, cuidar de nuestra bebé pequeña y darle el vinculo que necesita sin interferencias.

Eso no significa que nos dejemos de querer, que incluso durmamos abrazados o que no nos robemos besos. Solo significa que ahora el rol que tenemos durante unos meses es el de padre o madre. El de marido y mujer volverá, cuando todos nos encontremos.

“Tienes dos hijas preciosas deberías estar contenta” Estamos de acuerdo: tengo dos hijas preciosas, pero el plural a veces me abruma. Me siento sobrepasada, regularmente triste y a menudo la más incompetente de mundo mundial. Lloro todos los días por chorradas y como ya te he contado tengo que asumir que esto es temporal, pero la temporalidad duele y ahoga. Y todo ese dolor, las lágrimas y el estrés no me lo va a curar el hecho de tener dos hijas que son un milagro.

“A ver, que tú querías tener hijos, no se porque te quejas”. Pues me quejo porque me sale de los ovarios, no te digo… me quejo si me da la gana. Sí, he escogido yo ser madre, y doy gracias por haber podido escoger, pero es que a veces parece como que si querías tener hijos ahora no te puedes quejar. Me quejo porque me paso el día con un cachorro encima mío, me quejo porque no tengo un minuto de desconexión. Me quejo porque ahora mismo no sé quién soy. Me quejo porque tengo todo el derecho del mundo a quejarme. A ver si por el hecho de ser madre se me ha revocado el privilegio de poder compartir mis mierdas.

Así que si algún día escuchas a una madre quejarse, no le digas nada de eso. No ayudas. Si quieres ayudar, llévale túpers, escúchala sin darle soluciones o regálale un masaje. Porque muchas veces simplemente necesitamos vomitar lo que nos pasa por la cabeza, como una vía de escape, pero lo que definitivamente no necesitamos son juicios de valor.

El (segundo) parto

Blanca, la fisio del suelo pélvico, siempre nos pregunta en las clases de preparación al parto si es importante la manera cómo venimos al mundo. Es una pregunta que parece sencilla, pero en realidad depende mucho de tus propias creencias: si crees que tu carácter se forma según el estado de ánimo de tu madre durante el embarazo o si, por el contrario, piensas que todo esto carece de importancia. Yo creo mucho en las consecuencias de lo que recibes desde que eres un grupo de células hasta que naces. Y mis dos hijas tuvieron muchísima prisa por nacer. Y la mayor ya empieza a demostrar con su genio que la paciencia no es su fuerte. Igual que no esperó a nacer, ya que salió cual tobogán de parque de atracciones, en su día a día le puede la impaciencia.

En el relato de mi primer parto ya te conté que el que dijo que las contracciones eran como dolores de regla seguramente era un hombre, o nunca había parido. Lo suscribo con el segundo. Las contracciones iniciales de parto sí se parecen a un dolor de regla, pero las contracciones jodidas no se le parecen en nada.

Aunque no era primeriza, me costó identificar si estaba o no de parto activo, porque todo fue muy diferente al parto de Arlet. Cloe llevaba dándome por el saco desde el día 3 de enero, con dolores en los riñones continuos y bastante insistentes. Poco me imaginaba el sábado 15 de enero que ese era el día que la pequeña alien había escogido para nacer.

Ese día nos levantamos, como todos los sábados, gracias a mi gremlin de veintidós meses, demasiado pronto. Por suerte después de una semana de no dormir (yo creo que Arlet se olía que en breve su condición de hija única iba a pasar a la historia para siempre), ese día habíamos dormido más de ocho horas. Yo llevaba una semana diciendo que con el cansancio y las pocas horas de sueño no veía capaz de parir. Pues bien, Cloe tuvo la delicadeza de esperar al día que más he descansado en años.

A las 11:40 empecé a notar esos dolorcillos familiares. Ponerte de parto sola es una cosa, ponerte de parto con una pequeña Mowgli purulando a tu alrededor es una cosa muy distinta. A las 12:40 ya había constatado que esos dolorcillos/molestias venían muy seguidos y, como no tenía ninguna intención de parir en el coche dado que mi anterior parto fue relativamente rápido, decidí que Miguel tenía que llevar a Arlet a casa de mi madre, por si las moscas…

Me senté en la pelota y me dispuse a ver lo que sería la primera pasarela nudista atlética de mi hija: Arlet iba corriendo en pelotas por casa y Miguel iba detrás como pollo sin cabeza. Me reí mucho. Me reí porque no me podía creer que mi hija hubiera escogido ese momento para iniciarse al nudismo. Me reí también porque aunque tenía dolores cada dos minutos, no dejaban de ser molestias y si todo el parto era así iba a disfrutarlo de verdad.

“Ay, hija, con mi segundo parto también solo tenía molestias y mira llegué al hospital con medio cuerpo de tu hermana fuera”. Mi madre, siempre tan maja. Dicho esto decidí truncar el lado naturista de Arlet y pedirle a mi madre que viniera ella a vestirla porque la cosa en casa se estaba poniendo intensa. Y la Mowgli, que hacía cinco minutos corría con unos calzoncillos de su padre en la cabeza, riéndose y escapándose, vio a mi madre y se convirtió en un ángel que se vestía sin rechistar.

Besé y abracé a mi hija porque sabía que esa era la última vez que la abrazaba y besaba como hija única, y eso me dio penita y me trajo mucha culpa. Pero al verla irse contenta con mi madre todo pareció cobrar sentido.

Entré en urgencias a las 13:50. Recuerdo decirle a Miguel de camino algo así como “qué guay recordar el viaje en coche ¿no?” Básicamente porque cuando fui al hospital durante el primer parto estaba en un estado dolor/alteración de consciencia que según Miguel no era yo, era un monstruo tenebroso irreconocible. Pues esta vez disfruté del viaje y en mi cabeza iba pensando que Blanca siempre decía que si podía hablar durante las contracciones, es que aún no era hora de ir al hospital. No solo podía hablar, disfruté de ver el mar desde la ventana, de la música de la radio, de la vida en general como si fuera una hippie en plena fiesta de la primavera.

Y cuando entré en la zona de maternidad miré a mi comadrona, Wendy, que me había llevado durante todo el embarazo de una manera respetuosa y empática y le dije “Ves como tenía que parir hoy, estabas tú de guardia.” Llevaba una semana rezando para ponerme de parto los días que ella estaba trabajando porque no contemplaba que me atendiera cualquier otra comadrona. Y ella me sonrió, sabiendo que por mi manera de hablar no estaba ni de lejos a punto de parir.

Cuando la ginecóloga me examinó y me dijo que solo estaba de dos centímetros y el cuello estaba muy verde pensé que eso se lo podría haber dicho yo, que mis dolores de regla solo eran molestias. Pero mencionó que me mandarían a casa y yo pensé que estaban locas. Miré a la comadrona y con la voz más dulce que supe poner le dije: “Mira, Wendy en mi parto anterior ya sabes que tarde solo tres horas de estar de tres centímetros a expulsar a mi hija. Si me mandas a casa me arriesgo a parir en el aparcamiento y yo no estoy preparada para parir sola”. Y ella me tranquilizó y me dijo que nos esperaríamos media hora a ver si avanzábamos y valoraríamos.

Y a la media hora… me estaba cagando en mi marido, en la madre que me parió y en todas las mujeres de la historia… porque eso empezó a doler como yo solo intuía que me dolió el primer parto. Encima la pelota iba haciendo sonidos prehistóricos mientras mi marido… bueno hacía lo que podía, pobre. Porque si me tocaba, le gritaba que ni se acercara a mí; si se alejaba, le decía que quería mimitos y allí saqué todo mi arsenal de bipolaridad, que ¡ríete tú de Dr Jekyll and Mr Hyde!

A las 16:00 la comadrona me sugirió la epidural, porque ya había llegado a ese punto que yo iba repitiendo “no voy a poder, no voy a poder” a cada contracción desgarradora y le dije que sí, pero que me pusieran una dosis que pudiera caminar. Porque esta vez quería intentarlo, quería poder parir sin tener que tumbarme, quería poner en práctica todo lo que aprendí con el embarazo de Arlet y no pude decidir por bloquearme y pedir que me dieran droga dura para elefantes. Y por suerte, esta vez ella me entendió y lo respetó.

Y allí conocí al amor de mi vida: el anestesista. No sé si recuerdas en el relato del parto de Arlet que la anestesista que me tocó fue la persona más desagradable y falta de empatía que me encontré en mi primer parto. Pues en el parto de Cloe mi anestesista fue … increíble. Germán, así se llamaba, me trató con delicadeza y amor, en ningún momento me riñó por tener contracciones y cuando yo decía “no puedo, no puedo” él me contestaba que claro que podía que las mujeres éramos fuertes, valientes y podíamos dar a luz sin ninguna duda. Me enamoré perdidamente de ese hombre. No dudo que los dos anestesistas que me atendieron en mis dos partos hicieran su trabajo correctamente, pero la primera lo hizo de una forma de mierda y éste lo hizo como deben hacerse las cosas: con comprensión, paciencia y mirándome a los ojos.

Luego me pidió que no me moviera en media hora “son las 16:40, a las 17:10 puedes caminar”. Yo le pregunté hasta cuándo podía pedir la dosis elefante y él se rió y me contestó que hasta la bebé asomara la cabeza. Y yo me volví a trasladar al Caribe, en una playa idílica con mi copa de balón y mis rollos súper zen.

Vino la ginecóloga solo para decirme “lo estás haciendo bien” acariciarme el brazo y mirarme a los ojos. Y eso parece una estupidez, pero que la gente te mire y te vea pues se agradece en momentos así.

Entonces aprovechando que mi comadrona/salvadora pasaba por ahí yo, medio con vergüenza, le dije bajito “creo que me he meado” y ella me sonrió. En serio en este punto cuando todo el mundo ya te ha visto el culo con las batas ridículas del hospital y por lo menos dos personas te han puesto la mano en tus partes para decir “jolin esto va rápido”, ya debería haber perdido la vergüenza. Miró por debajo la sábana, se le pusieron los ojos como platos y llamó a la ginecóloga. “No, cariño no te has meado”

17:00 hora local de mi cerebro. La ginecóloga no tuvo tiempo de ponerse la bata y la comadrona me puso la dosis elefante que yo le avisé que me tenía que poner en el expulsivo. Pero… el expulsivo había empezado antes de que acabará la jeringa y duró… tres minutos. Y mi segunda hija se cagó antes de salir, con los ovarios que ya demostró su hermana cagándose en mi útero y no quiso ser menos. Y cuando salió, tan pequeña, tan indefensa, tan feíta y llena de vida, el mundo se paralizó de nuevo. Y el mundo se congeló cuando el cordón dejo de latir y me la tuvieron que quitar de encima porque sospechaban que había engullido su propia mierda. Recuerdo verla alejarse y volver a los dos minutos que a mí me parecieron siglos y volverla a tener encima y volver la vista atrás y verlo a él, a su padre, emocionado y enamorado como la primera vez y saber que, ahora sí, ya estábamos en casa.

El parto que has tenido, sea por cesárea o vaginal, con o sin epidural, largo o corto, no te define como buena o mala madre. Cada nacimiento es único, irrepetible y debería ser precioso (independientemente de cómo tu bebé decida llegar al mundo). Yo no me merezco un premio ni una alabanza por parir de las maneras que he parido. No merezco que me hagan la ola por no haber necesitado episiotomía o fórceps. Este solo es mi relato de parto, mi manera de no olvidar, porque me doy cuenta que con el tiempo es posible que las imágenes de los dos partos se confundan, se desdibujen o transformen. Y esos dos momentos de mi vida, ese momento de ver por primera vez la cara de mis hijas al nacer, son los más intensos y potentes que viviré jamás. Porque no hay nada comparable con dar a luz. Por muy doloroso que sea.

Y no podemos controlar cómo será el parto. Pero sí podemos planear quién nos va acompañar en el proceso: una buena entrenadora que entienda como Thais todo lo que representa un embarazo, una fisio del suelo pélvico que sea como tu hogar como Blanca, y si puedes escoger para parir el día que tu comadrona vitamina está de guardia, entonces haces un pleno. Yo me he rodeado durante el proceso de mujeres increíbles, respetuosas, que te empoderan. Mujeres que son brujas que hace siglos quemaban en la hoguera por ser excepcionales, que curan y te hacen sacar la fuerza de donde no la tienes. Y si consigues que en tu camino te acompañen personas increíbles, ya tienes medio trayecto hecho y solo te queda confiar que tú vas a saber hacerlo, sola, acompañada, con ayuda o sin ella. Y sobre todo, disfrútalo, porque ¿cuántas veces vas a parir en tu vida?

Más de dos

foto de Blasco Visual Studio

Es cosa de dos. Y debería seguir siendo solo cosa de dos, pero nos empeñamos en hacer de la búsqueda del embarazo, la gestación y la crianza algo que parece ser de interés público. Y esto durante el embarazo de Arlet me sorprendió, pero con el embarazo de Cloe no me apetece ni siquiera ser políticamente correcta.

Empezamos por lo que creo que ya te he mencionado alguna vez. Esa temible pregunta de “Y vosotros, ¿cuándo os animáis?”. ¿Te pregunto yo a ti si hoy has follado? ¿Sabes por qué cosas pasamos mi pareja y yo? Quizá nunca nos planteamos tener hijos hasta que en nuestro alrededor empezó la fiebre por la realización personal a través de la crianza.

O quizá el embarazo es eso que deseamos con todas nuestras fuerzas, que llevamos intentando desde hace dos años. Quizá estamos por un proceso económicamente y anímicamente devastador de reproducción asistida. Quizá nada nos está funcionando. Y no necesito que tú nos preguntes cuándo nos animaremos, porque precisamente animados no estamos.

Y obviamente cuando tengáis uno no será suficiente. Necesitáis oír eso de “¿cuándo vais a buscar la parejita?” Aunque llevéis meses sin dormir. Aunque la maternidad/paternidad os encanté pero os consuma hasta la última gota de energía que quedaba. ¿Te has planteado que quizá no queramos más hijos? Hasta podríamos contestarte que no, que hemos tenido mucha suerte teniendo una niña, que no queremos tentar la suerte porque nos gustan las niñas y si tenemos un niño quizá nos arrepintamos de la decisión de volver a ser padres. Porque a preguntas estúpidas solo se puede responder con actitudes desafiantes.

Y dirás, bueno cuando ya me quede embarazada porque nos toca por edad, y ya tengamos un segundo, podríamos pasar por la fase de “¿queréis otro? ¡Estáis locos!”. Pero no es un “estás loca” en plan amiga en una conversación de lavabo de discoteca (era antes del Covid) sino una expresión de desaprobación total. Bien, pues cuando lleguéis al punto que todo el mundo ya haya pasado por dar su opinión al respecto de cuándo es el momento adecuado para tener un bebé y ya hayáis superado la cantidad que esté socialmente aceptada (que variará según la moda del momento), entonces os llegará que la gente opine sobre el embarazo.

Porque la gente opinará sobre el embarazo. Ya te conté en la última entrada de maternidad la manía persecutoria que tiene todo el mundo con preguntar el peso que has cogido. Pero es que si solo fuera el peso, quizá sería soportable. Resulta que todo el mundo sabe más que tú de embarazos. Aunque ya hayas pasado por uno. Por no hablar que tu cuerpo se ha convertido en dominio público: cualquiera tiene el derecho de ponerte la mano en la barriga y acariciártela. Te conozca o no. A mí a estas alturas que me lo haga la gente que me conoce ya no me provoca un sentimiento asesino interno de arrancarles la mano. Pero que me lo haga la gente que no conozco en cualquier situación posible, saca lo peor de mí. Lo peor de lo peor.

Deberías caminar más. Tienes la barriga enorme para la semana que estás, fijo que no llegas a la fecha prevista. Deberías estar contenta, estás embarazada es el momento más bonito de tu vida. Ay, si es que solo te quejas. ¿Tú estás segura que solo llevas un bebé? ¿Seguro que estás de X semanas? Es que tienes la barriga tan pequeña que no lo parece. La barriga está muy baja, seguro que te toca esta semana (a ver, señora random en la cola de la carnicería, me quedan cinco semanas, déjeme en paz).

Opiniones hay muchas, sobre todo relacionadas con el tamaño de tu barriga, o la posición. Pocas veces (hablo siempre en genérico y cuando se trata de la gente desconocida que cree que es aceptable hablarte de estas cosas sin ni siquiera saber tu nombre) te preguntan cómo estás realmente. Porque en serio ¿tú sabes si yo tengo algún trauma relacionado con mi peso o con mi cuerpo? ¿Y si resultara que tengo desde pequeña un complejo con mi barriga y estás haciendo volver los fantasmas que me están costando mucha pasta en terapia?

Estar embarazada no es la panacea. Hay veces que sí, pero también hay veces que no. Mi hermana una vez me dijo que echaba de menos su barriguita. A mí casi me da un derrame. Somos la noche y el día. Para mí la gestación es un trámite incómodo. La primera vez que tuve a Arlet encima fue catártico, pero el embarazo fue un engorro. El embarazo de Cloe está siendo una castaña muy grande: físicamente, pero sobre todo anímicamente. No necesito que nadie me diga o puntualice que el tamaño de mi barriga es de un tipo, o que no llegaré a enero.

Y por último, están las opiniones de crianza. Estas ya son especialmente molestas. La gente olvida que las decisiones de cómo criar a nuestras hijas solo son de mi marido y mías (¡bah! ¿Para qué mentirte? La mayoría de decisiones yo las propongo y Miguel las acepta a no ser que sea algo que choque con sus principios). En cualquier caso, si nadie te ha pedido la opinión, yo prefiero no saberlo.

Sí, sé leer. Me he informado, sé que dar pecho es lo mejor. Pero a lo mejor no puedo darlo. Sí, sé que el colecho es lo más, pero a mí me gusta dormir en diagonal y preferí durante el primer año que Arlet durmiera en su moisés (y sí, más tarde en su cuna en su habitación, sola). Pero es que Arlet era una niña trampa, dormía del tirón y se despertaba relativamente poco. Pero aunque hubiera sido una niña habitual, quizá hubiera tomado la misma decisión.

Sí, a nuestra hija le damos de comer lo que nos da la gana. A trozos. No le damos triturados porque nos gusta la idea de que exista la posibilidad de que se atragante. Y si nos pide repetir, le damos. Y si un día no quiere comer, no la obligamos. Fantaseamos con la idea de que tenga una relación sana con la comida, entendemos que es una niña y por lo tanto hay cosas que le gustan, hay cosas que no y hay días que no le apetece algo y no la obligamos. Y por todo eso siempre puede haber gente que opine, gente que diga que come poco o demasiado (y a mí me gustaría que alguien me dijera la fuente fiable en la que se define “poco” o “demasiado”). Gente que incluso insinúe que si no le das tal mierda de comer (galletas, Bollycaos, lo que se te ocurra), tu hija será super infeliz.

Que sí, que todos somos mucho mejores padres/madres antes de tener el primer hijo. Porque la teoría nos la sabemos todos. Pero si me das tu opinión (que seguramente no te haya pedido porque no la necesito) lo más probable es que no me salga la vena simpática (que te juro que la tengo). De hecho tienes bastantes números que mi contestación sea más bien poco agradable o incluso maleducada.

Así que si estáis hartos de las opiniones de los demás, lo mejor que podéis hacer es quitaros el filtro de lo que está socialmente bien responder y hacer lo que hace la gente con vosotros: decir las cosas sin pensar, porque si ellos pueden hacerlo ¿qué os impide a vosotros contestar cómo os dé la gana? Porque al final todo este tema solo es cosa de dos, aunque el mundo se empeñe en hacerte creer lo contrario.

El peso del embarazo

Cuando te quedas embarazada y a todo el mundo le preocupa tu peso… eso sí que es un tema sobre el que deberíamos reflexionar todos. Porque es muy agotador. ¿En qué momento se considera socialmente correcto opinar libremente sobre un cuerpo ajeno? ¿Tú vas por la vida opinando impunemente sobre los demás en su cara? Estoy segura que no. Entonces, ¿por qué coño cuando hablamos con una embarazada una de las preguntas que hacemos se refiere al peso?

Me ha costado muchos días escribir sobre la maternidad. Era muy difícil para mí hablar de algo sin poder contarte que vuelvo a estar embarazada. Cualquier cosa que escribía no sonaba a mí porque la censuraba esperando que pasará el temido primer trimestre y pudiera por fin cagarme en todo (de nuevo) libremente.

Me han felicitado por mi peso. Creo que no me había pasado en la vida, te lo juro. He cambiado de comadrona. En este segundo embrazo tengo demasiadas cosas en la cabeza como para lidiar con una persona que me llegó a decir cosas como “uy, esta niña es muy grande van a tener que cortarte para que salga”. Sí, sí, existen profesionales de este tipo, del tipo que cuando te subes a la báscula te dicen, “¿pero has visto esto?” Sí, lo he visto. También vi todos mis fantasmas adolescentes volar por encima de mi cabeza a cada gramo que subía, a cada bronca.

Durante mi primer embrazo comí súper bien e hice deporte hasta la semana 38. Te aseguro que independientemente de los quilos que ganara, que no eran una consecuencia de hacerlo mal ni de ponerme hasta el culo de pasteles, estaba sanísima. Tuve un posparto fácil (físicamente hablando, obviemos la pandemia). En este segundo embrazo me esta costando un poco más, para empezar empiezo con cinco quilos de más. Me subo a la báscula y antes que la comadrona me dijera algo ya le recordé que mi hija había nacido hace un año y ella me contestó “ está claro, aún estás en posparto, ¿qué esperas? Es lo más normal del mundo.” ¿Por qué ni conocí en mi primer embarazo a este amor de mujer?

He llegado a oír cosas como “ bueno ya he perdido los X quilos que gané porque lo hice muy bien y, claro, así es fácil” dicho por alguien que había parido un mes antes. Porque lo había hecho bien. ¿Bien según quién? Según unas tablas que dicen que deberías engordar nueve quilos. Claro, porque todos los cuerpos son iguales y deben regirse por la misma tabla. A mí, lo siento, me enerva de sobremanera oír a madres hablar así a otras madres. A ese tipo de comentarios lo que me sale preguntar es “Ah ¿sí?, qué bien ¿y te has recuperado igual de la vagina?” Porque claro, puedes haber perdido todo el peso pero es que a lo mejor tu suelo pélvico se va cayendo por el camino, porque para ti lo importante es el peso, pero para mi lo importante es que no se me caiga el útero cuando salte con mi hija en una cama elástica. Mira tú, cada uno tiene sus preocupaciones, lo mío con el suelo pélvico es una obsesión.

¿Sabes si esa madre la que estás preguntando cuánto ha engordado ha pasado un buen embarazo? No, no tienes ni puta idea. No sabes si tuvo crisis de ansiedad o si psicológicamente estaba hecha una mierda. No lo sabes. Pero te preocupa su peso. ¿Cuánto ganaste en el embarazo? ¿Y a ti que te importa? ¿Cuántos quilos llevas en este embarazo? Pero a ver… ¿te pregunto yo, no sé, si has engordado este verano?

Focalizamos en el peso y nos olvidamos del resto. Nos obsesionamos con eso y descuidamos nuestra psique. Y lo peor es que el peso es algo que tienes que justificar al médico, a la comadrona, que bueno hasta ahí, pues mira, lo puedo medio entender. Pero en serio ¿también necesitas justificarlo con el resto del mundo? ¿No es suficiente mierda tener que vivir con náuseas, mareos, una barriga que te choca en todos lados y encima aguantar el inicio de las rabietas de tu hija mayor, que en realidad no es mayor, como para que encima te pregunten por el peso?

Pero es que no es solo durante el embarazo, en el posparto también, la gente te mira y te dice con sus dos ovarios o cojones, “Uy, aún te queda por perder” o “Ala pero si te has quedado igual que antes” o “ te has quedado chupada de dar pecho, tomate un potaje y engorda” o lo que sea.

Y si en vez de eso practicamos más el preguntar a alguien que está embarazada o acabada de parir un sencillo “¿cómo estás?”. Porque te aseguro que poca gente se acuerda de hacer esta pregunta y de quedarse a escuchar la respuesta.

Maternidad: Células

“A ver, era solo un grupo de células, ni siquiera se podrían considerar un embrión. Espera dos ciclos regulares a volver a intentarlo”. Y ya está, fin.

Si alguna vez has oído esto, sabes de lo que te hablo. No permitas que nadie, nadie, menoscabe tu duelo. Porque si sientes que necesitas tenerlo, es que lo necesitas. Y punto. Y aunque la ciencia intente convencerte de que más del cuarenta por ciento de los embarazos no llegan a término y, muchas veces, esos abortos espontáneos nos pasan desapercibidos, porque en realidad tú solo ves un retraso en la regla, ten clarísimo que tú no eres madre ni padre cuando un bebé nace. Tú eres madre o padre en el momento que sale un positivo en una prueba, un positivo que a veces no esperabais tan pronto o quizá un positivo muy deseado que llevabais tiempo buscando. Y en el momento que veis que sí, que estáis embarazados, vuestros cerebros cambian para siempre. Porque en ese preciso momento empieza en vosotros un amor tan fuerte e irracional hacia a una cita a ciegas que cambiará vuestras vidas por completo.

Pero… ¿qué pasa cuando la cita a ciegas no llega? Pues que a vuestro cerebro eso no le importa, porque ya habíais empezado a construir un nido, justo desde el momento que visteis las dos líneas rojas. En mi caso, lo primero que me pasó por la cabeza fue “Mierda, tengo que entrar en Wallapop y comprar un carro gemelar, que…¡joder, mi hija aún no anda!” Y, si te lo preguntas, sí, entré en Wallapop. Calculé a fecha prevista de parto (cinco de setiembre), me entró el pánico inicial y luego, bueno, luego siguió el pánico pero con una mezcla de emoción o alegría inexplicable.

Se habla muy poco del cuarenta por ciento terrorífico. Y yo me pregunto ¿si es algo tan habitual, por qué nadie habla de esto? Pues porque la muerte no interesa. Nos interesa la vida. Un embarazo te prepara para la vida, jamás debería prepararte para el vacío ni la pérdida.

Es muy probable que oigas cosas como “Mejor ahora, tan pronto, que no cuando ya lo hayas sentido darte patadas, o cuando le hayas puesto un nombre”. No se puede dar una métrica al dolor: no puedes juzgar que duele menos por perderlo a las cinco semanas y media o a las treinta y ocho. El dolor es algo que no se puede empaquetar y poner en una habitación pequeña o grande. No puedes menospreciar el dolor de otros solo porque, según tu mapa mental, lo que siente el resto es insignificante.

Júntale una pandemia (sí, sí, la sufrimos todos: si estás embaraza y tienes que ir a las ecografías sola con el miedo que te tengan que decir que algo va mal, si trabajas en sanidad y sabes que de un momento a otro te tocará a ti, si sufres porque tus padres son mayores y sabes que no lo superarían, porque alguien de tu alrededor es de riego, etc.). Y añádele que tienes que ir sola a urgencias porque sabes que no deberías estar sangrando y lloras en el coche porque en el fondo de tu corazón sabes que estas cosas pasan. Y cuando pasan, no le dejamos espacio al dolor, lo ocultamos, con las típicas frases que no ayudan, o que te hacen sentir peor.

Y ahora imagínate sola durante un par de horas en una sala de espera donde cualquiera podría estar enfermo, donde alguna gente es tan imbécil que no sabe ni colocarse una mascarilla correctamente. Una sala silenciosa, sin una mano a la que agarrarte. Imagínate que tú ya sabes lo que ha pasado y estás a punto de irte porque no te apetece nada estar aquí. Pero cuando te estás levantando para desaparecer, tú y tu sangrado de mierda, te llama un doctora que te hace pasar a una consulta que tiene las ventanas al pasillo abiertas (muy íntimo, muy adecuado) y te dice que te bajes los pantalones hasta los tobillos para que te explore. No no hace falta que te los quites. Como si tuviera prisa, como si en el mundo pasaran cosas más importantes. Quizá sí, para el mundo hay cosas muy importantes, pero a ti te hubiera gustado estar en un sitio menos frío, con una bata por lo menos que te tapara hasta la rodilla y sin tu bolso encima. Al menos te hubiera gustado quitarte el abrigo.

Imagínate que ya ni siquiera notas el frío que entra por la ventana. Intentas recordar si en algún momento le pusiste nombre al grupo de células, porque si lo hiciste, jamás podrás volver a usarlo. Imagínate que te da un pote para mear mientras te subes los pantalones y piensas que ya no quieres estar aquí. Que quieres irte a casa.

Cuando el test de embarazo sale negativo le preguntas a la doctora (con un pelín de esperanza) si quizá tuviste un falso positivo la primera vez. Pero no. Ella te indica que lo que te ha pasado se llama aborto bioquímico, pero que era demasiado pronto para que se hubiera formado nada, que solo eran un grupo de células danzando en tu vientre, que esto pasa a menudo y que no significa que nada esté mal en ti, sino que simplemente no tenía que ser.

El uno de enero te despiertas pensando que volverás a ser madre y la noche de Reyes la naturaleza te lo arrebata sin ninguna explicación.

Eso sí, al día siguiente finge que todo va bien: ve a trabajar, sal al mundo como si nada hubiera pasado. Miéntete a ti misma diciéndote que si hubieras hecho el test una semana más tarde, y no el día uno, seguramente esto te lo hubieras tomado como un simple retraso. Antes los tenías todos los meses, puede volverte a pasar.

Pero en realidad nada esta bien. Porque a ti fingir no te va. Y eso en realidad también está bien: hay gente que necesita hacer ver a los demás que lo saben todo, que no necesitan a nadie, que todo lo pueden superar. Pero a veces también hay gente como tú: gente que ya no sabe nada, gente que necesita recuperar su tribu, gente a quien la debilidad ya no le sorprende, gente que hace días que camina cansada, que ha entrado en un bucle negativo, gente que a veces simplemente no cree en eso de “todo irá bien”. Y seguramente, todo irá bien. Algún día. Porque no todo puede ir mal eternamente, ¿no?