
La mitad evanescente de Britt Bennet es una mezcla de La casa de los espíritus de Allende, sin todas esas descripciones que a mi gusto sobran un poco, y Sartoris de Faulkner, sin esa oscuridad que te horroriza y a la vez te engancha. El libro que te traigo hoy se merece estar entre los diez mejores libros que he leído en lo que va de año. Es sin duda un diamante en bruto que merece la pena descubrir.
A ver, no es la panacea, no te quiero engañar, pero es un grito reivindicativo a autores emergentes. ¿Sabes que Britt Bennet nació en 1990? Si te acaba de pasar como a mí la primera vez que entrevisté una niña de 1996 y me paré a pensar “ pero un momento los del 96 ya tienen edad de trabajar?”, no te culpo. El tiempo pasa. Da rabia. Es lo que hay.
Pues sí, alguien que nació en 1990 ha escrito lo que yo llamaría una obra imprescindible. La mitad evanescente es como un Cien años de soledad modernizado. Bueno, vale, quizá me he pasado. Cien años de soledad no es comparable con nada. Pero tienen un aire.
Esta es la historia de una familia. Me ayudó mucho dibujar un árbol genealógico al empezar el libro porque a veces me pierdo entre abuelos y nietos, pero luego la historia fluye sola. La mitad evanescente nos cuenta el relato de dos gemelas que rehuyen de sus orígenes y se encuentran, inevitablemente, después de unos años. Es la historia entre la aceptación y el rechazo de lo que nos hace ser cómo somos. Es un homenaje a los secretos familiares (yo de paso les aconsejaría un poco de terapia sistémica) y al descubrimiento de uno mismo. Es sin duda un libro que puedes leer en pocos días y que cuando acaba dices “pues mira, cien páginas más no me hubieran importado”.
A este libro no le sobra nada: el amor en todas sus facetas, el miedo de ser descubierto, la alegría de reencontrar algo perdido. La mitad evanescente es un viaje a los orígenes, a la America profunda desconocida y un reencuentro con sentimientos universales.
Este es un libro ideal para llevarse de vacaciones, para perderse y adentrarse entre sus líneas, léelo tumbado/a en el playa, en el chiringuito mientras disfrutas de una cervecita o perdido/a en el bosque escuchando los pájaros. Estoy segura que no te defraudará.