Relato: Adiós

La ciudad debería oler a ti, en cambio es el aroma del café el que me recuerda tu imagen. Pero es una cara difusa, desactualizada, una versión antigua de lo que ahora debes ser. Tú ni tan solo bebías café. Es casi un insulto que cada mañana en mi cerebro se active alguna neurona de un recuerdo que no alcanza a ser real. Bebías roibos, siempre sorbiéndolo lentamente, como si quisieras alargar nuestro encuentro. En realidad cuando estabas ahí, delante de mí, en cualquiera de las cafeterías de la ciudad, no había ningún lugar mejor donde estar, donde existir.

Eras tan parte de mí que no consigo pensarte en ningún momento concreto. Es como si fueras parte de mi sangre, de mi ADN. No te puedo destripar, ni arrancar de mi vida pasada, porque no puedo separarte de mí. Tantos años recorriendo los mismos pasos y soy incapaz de materializar ningún recuerdo de todo este tiempo. Es como si la misma ciudad fueras tú, en toda su esencia. Seguramente pisamos los mismos adoquines caminando hacia la catedral, seguro que olimos los mismos libros entre todos los trastos que venden en el mercadillo del domingo. Posiblemente. Pero en mi cabeza no aparece ningún fotograma de ningún instante. Paseando por las mismas aceras donde construimos miles de conversaciones, mi mente no es capaz de montar el puzzle de miles de piezas que debería albergar.

No oigo ningún momento en el que nuestros pasos sonaran al unísono. ¿Cómo puedo haber olvidado casi una vida? ¿Cómo puedes ser tan parte de mí que soy tan torpe como para no recordar que alguna vez, no hace tanto, seguías aquí? Quizá porque jamás imaginé que algún día simplemente no estarías, que algún día tendría algo que contarte y me daría cuenta que incluso he llegado a borrar tu número de móvil. Recuerdo tu fijo, porque lo aprendí cuando los móviles no existían, y esas cosas no se olvidan. Lo marcaría con los ojos cerrados día sí y día también, para contarte todas esas cosas estúpidas que te explicaba mientras yo bebía café y tú infusión. Pero hay algo que sí recuerdo: la tecnología nunca se te dio bien. Nunca pasamos más de dos minutos al teléfono porque la opción, siempre, era vernos.

Y fuiste tan parte de mí que hoy que necesito entender que ya no estás, pero mi ineptitud me impide recordar tu cara, la actual. Fuiste tan yo, que si no fuera porque las redes me dicen que un día como hoy hace cinco años estábamos en un restaurante japonés, no creería que alguna vez tú y yo estuvimos compartiendo sushi en un sitio que ya ni siquiera existe.

Si miro al cielo recuerdo esa vez que me preguntaste (para burlarte de mi vena sabelotodo) por qué el cielo era azul. Es ridículo, después de todo lo que hemos hablado, que sea el cielo lo que me recuerde a ti. El cielo no es algo solo mío.Y después de todas las conversaciones trascendentales, solo soy capaz de rememorar la conversación mas estúpida de nuestra historia. El cielo es azul porque el sol se refleja en el mar. Me salió sin pensar, sin saber si era verdad o no, pero yo siempre lo sé todo.

Olvidé tu voz. Diría por intuición que era grave y pausada, pero esas características no te hacen especial. Olvidar a alguien es como la muerte. No morimos al dejar de respirar. Morimos cuando ya no nos recuerdan. Y quizá por eso te escribo. Te escribo porque hoy me he dado cuenta que ya no te recuerdo. Y el no recordar significa que para mí, ahora ya sí, te has ido para siempre. Y con eso se ha ido también una gran parte de mi vida, de mi pasado.

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