Ha valido la pena

Hoy cumplo 37 años. Esto es un información poco relevante, lo admito: no hay nada de mérito propio en cumplir años. El tiempo pasa sin más y nos hacemos mayores. Fin. No es como sacarse una carrera o un máster donde un porcentaje muy alto de éxito depende del propio esfuerzo. Cumplir años no requiere que tú hagas nada. Pasa y punto. En algunas familias los cumpleaños no son importantes. Para mí lo son, y mucho. Yo soy de esas típicas personas que si llegas a casa diciéndome que ya has comprado mi regalo te enviaré al súper con cualquier excusa para poder buscar hasta en los lugares mas recónditos. Me gustan las sorpresas, pero prefiero el control.

Hago listas de regalos para que a nadie se le ocurra innovar. Mis listas son cerradas y no dejo margen para la imaginación. La imaginación la dejo en mis relatos, jamás dejo al azar un regalo que yo deba recibir: soy de ideas fijas y caprichos específicos.

Mis cumpleaños son como bodas gitanas (o como mi boda, que me pasé tres días celebrando). Me encanta empezar un par de días antes y le pongo cara a Miguel en plan “va, vamos a ese sitio a comer que en dos días es mi cumpleaños”. Así me puedo pasar cinco días.

También soy de costumbres: el día de mi cumpleaños siempre, siempre sin excepción, pido que mi padre cocine entrecot al corinto y mi madre haga pastel francés. Me parece sorprendente que mi madre siga preguntándome qué pastel quiero, me parece aún más sorprendente que la pregunta exacta sea “¿qué pastel quieres que compre para el día siete?” ¿Comprar? ¿Cómo? ¿Desde cuándo? ¡La duda ofende, mamá! Lo del entrecot al corinto estoy segura que no se llama así, ni siquiera sé de donde saco la receta mi padre pero se reduce a un trozo de carne en salsa de crema de leche con pasas y piñones. Tampoco tengo claro que mi madre no se inventara hace muchos años el nombre de su postre, pero me encanta y no lo perdono ningún año. Es un pastel hecho de galletas, café y mantequilla. En mi casa no se admite la innovación culinaria y menos en los cumpleaños. La receta tiene que ser siempre la original. Una día a mi madre se le ocurrió poner un ingrediente nuevo y casi le tiramos el pastel a la cabeza.

Pero hoy no vengo a hablarte de esto, cada uno tiene sus cosas de loco y yo soy un caso de terapia. Te vengo a hablar de las expectativas que tenemos respecto a nuestro futuro. De esto me doy cuenta siempre el día de mi cumpleaños. Entre muchos de mis pequeños rituales tengo uno que empecé hace mucho tiempo: me escribo cartas. Sí, sí, a mi yo del futuro. Siempre, el siete de diciembre cuando todo ha pasado y ya no me quedan velas que soplar (incluso cuando salía de fiesta y llegaba a casa en situación poco digna), me pongo a escribirme una carta. A la futura Rosa de un año aleatorio. Luego la guardo en un sobre y le pongo en número de los años que tendré el día que la lea. La cierro en una caja que solo abro ese día para sacar el sobre con el número de los años que tengo en el momento. Las guardo todas en orden pero no las he escrito cronológicamente. A los treinta le escribí a la Rosa de los treinta y cinco, a los veinticinco le escribí a la de los cuarenta. En 2006 le escribí a la de hoy. Y ¡qué gracia me hace pensar que en el fondo sigo siendo la misma!

No sabría decirte cómo escojo el año ni si tiene alguna razón oculta en mi subconsciente. Hoy se me ha ocurrido que si hago el esfuerzo todos los años de escribir a mi futuro, debería ser capaz de darle las gracias a mi pasado.

Hay tantas cosas que le diría al Rosa de veintitrés años que no sé por dónde empezar. Empezaría con algo así como “No te agobies, la mitad de películas de tu cabeza jamás llegan a la gran pantalla”. Porque han ocurrido miles de cosas en catorce años y todas y cada una de ellas han pasado, sin más. Seguro que me he llevado por el camino algún que otro trauma acompañado de lloros, pero es que yo soy de lágrima fácil ¡qué quieres que te diga! Pero ojalá a los veintitrés hubiera sabido que no es importante si tienes un BMW, un traje Escada o un bolso Prada (dicho sea de paso, Rosa, el BMW no era apto para niños y lo cambiaste por algo más mami friendly, pero no por ello menos glamouroso). Ojalá le pudiera decir a esa Rosa, que vivía en Durham y que empezó el día cayéndose por a bajada de su casa en tacones en plena nevada, que los tacones serán lo último que se pondrá a los treinta y siete.

No, no podré salvarte de tus miedos, pero si que te ayudaré con tus sueños. Seguirás pensando que no lo haces bien, pero por suerte hacerlo bien a veces es relativo. El miedo que tienes ahora no es ni una décima parte del que tendrás el día que seas madre y sepas que hacerlo mal puede tener consecuencias devastadoras. Te seguirá gustando la música de mierda, pero la combinarás con algo más cultural, para que tu hija tararee algo más que Torero de Chayanne (aunque esa también se la pondrás). Y sí, te casarás, no con quien tu pensabas pero eso es otro cantar.

La vida jamás dejará de sorprenderte. Entenderás que pasar la noche en vela será solo por cosas importantes, por ejemplo que a Arlet le salgan los dientes y se transforme en un gremlin mojado. Pero no volverás a no dormir por problemas que ahora te parecen insalvables.

Seguirán gustándote los restaurantes caros, pero preferirás mil veces cocinar el domingo por la mañana para no ir de culo toda la semana. Los fines de semana te levantarás a las siete de la mañana, en vez de irte a dormir a esa hora, porque pasear con Natalia sin tu hija te parecerá tu noche de fiesta.

Te seguirá preocupando qué hacer con tu vida. Eso no va a cambiar, pero te darás cuenta que has ido en la dirección equivocada. El verdadero viaje no es tu objetivo sino el camino que recorrerás para darte cuenta que en realidad el trabajo no vale tu salud, ni tu tiempo de calidad con la familia. Habrá días que lo que querrás en realidad es mandarlo todo a la mierda, pero ¿sabes qué? Verás que Arlet empieza a intentar gatear y se te olvidará cualquier mal rollo del viernes anterior. Lo que sí te puedo decir es que ahora, con solo veintitrés años, buscarás incesantemente qué quieres ser de mayor, y con treinta y siete ya serás mayor y seguirás buscando algo que te remueva por dentro. La buena noticia es que en 2020 encontrarás lo que quieres hacer, solo te quedará hacerlo. Pero si te ha costado tanto tiempo encontrarlo, que era lo realmente difícil, pues hacerlo tampoco debería ser complicado.

Aprenderás que Tarragona ya no te parece el peor sitio del mundo, aunque ya empieza a entenderlo porque Silvia te ha picado a la puerta para preguntarte si ya es hora de cenar y os habéis dado cuenta que solo son las tres y media de la tarde. Como ella diría: “Quilla, es que oscurece tan pronto que parecen las diez y yo qué quieres que te diga, tengo hambre y quiero tu pastel de chocolate”. Pues sí. Hoy no has tenido un pastel francés, pero tu compañera gaditana de piso te ha decorado el salón con globos y te comprará una corona de reina, además de comerse contigo un pote de medio kilo de Nutella (eso tienes que dejar de hacerlo ya, porque por la noche te va a doler la barriga). Ya empiezas a echar de menos el mar. Tranquila, todo llega y volverás a casa, y acabarás viviendo tan cerca de casa que ni siquiera tendrás la sensación de que te has ido de allí.

Ser madre no está en tus planes, de hecho pasarán diez años y seguirá sin estar en ellos. Pero de todos los momentos catárticos posibles, convertirte en “mamá” será el más intenso y bonito del mundo (también lo será ser tía por primera vez, pero para ser tía no tienes que sufrir contracciones y eso, amiga, es un punto importante a considerar). No, a los treinta y siete ya no vivirás en un loft, pero tendrás una zona de lectura tan bonita que te encantará pasarte horas ahí contando cuentos infantiles. Te sorprenderás al descubrir que de todos los trabajos que has hecho el que mejor se te da es el de criar a Arlet y pasar por todos esos maravillosos momentos será más intenso que la primera vez que escuchaste “On my own” en Londres.

Tu vida no es ni de lejos lo que tú imaginabas. Pero te diré un secreto: es mucho mejor. Así que disfruta del camino que debes recorrer hasta hoy, porque sin duda, Rosa, valdrá la pena.

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