
Gira a la derecha y entra en Schwarzspanierstrasse, camina unos metros y entra en su local. No ha podido evitar colocar el montón de cartas que reposaban en la repisa de la entrada, ¿por qué nunca nada está en su sitio? En serio, ¿le es tan complicado al camarero ordenar las cosas como Dios manda? ¿Es que tiene mucho más trabajo que servir cafés y ensaladas? Mientras reordena el montoncito le lanza una mirada asesina que hace que el pobre chico se ponga a limpiar mesas compulsivamente, como si el trapo con desinfectante le fuera a salvar de una tormenta que se avecina bastante convulsa.
Pero él tiene demasiado de que preocuparse, pasa el dedo por la madera y, una vez comprobado que el nivel de polvo está bajo mínimos, se dirige a la cocina con un tic nervioso en el ojo. Al entrar, la cocinera se pone rígida: ni un fallo, ni un atisbo de imperfección le está permitido. Entonces él pone la bolsa de tela sobre el mármol y, como aún no se han puesto de moda y son un objeto de los hipsters y los ecologistas sin remedio, ella le felicita por haberse pasado a la tela y dejar el plástico. Él murmura algo mientras busca en el fondo de la bolsa, lo saca y le pide que le cocine algo delicioso con ello.
Aún le tiemblan las manos, desde que ha salido del supermercado el objeto le ha estado acusando de incívico y deshonesto. Pero una vez se ha dado cuenta, ya no podía tirar marcha atrás. Así que ha decidido encargar a la cocinera de su cafetería que le cocine algo con lo que pueda disfrutar.
Se sienta en la mesa que da a la calle. Al ver los cubiertos no puede evitar sacar la cinta métrica y colocarlos exactamente a un centímetro y medio de separación. Sonríe con satisfacción: sabe que el camarero le mira de reojo esperando el momento de la bronca. Pero hoy está demasiado preocupado para eso. Lo que ha pasado hoy debería darle una pista de que algo no va bien, algo desentona en su vida, como un acorde de piano con una tecla disonante. Mira a través del ventanal y ve una pequeña mota de polvo. Hace una seña al camarero para que le preste el trapo con desinfectante y limpia minuciosamente hasta que no hay rastro alguno de suciedad en su campo visual del cristal.
Ahora ya todo parece perfecto, se puede relajar mirando por la ventana. En el fondo, la localización le gusta. Cuando dejó Madrid, sus ruidos y suciedad, jamás pensó que acabaría poniendo una cafetería/bar/restaurante de estudiantes en la calle Schwarzspanier de Viena. El local se llama “El mundo”, así en español, para intentar sentirse como en casa cuando va a trabajar. Nunca ha sido un sitio del todo definido. Le gusta que sea así, porque aporta el único punto de desorganización que no se permite tener en el resto de su vida. Todavía le sigue sorprendiendo el éxito al que le ha llevado el caos de no saber si es un sitio de desayunos, comidas o cafés. A estos estudiantes vieneses de clase alta les encanta: creen que por venir a un sitio que parece medio bohemio, ellos se contagian un poco de esa proletariedad de la que tanto carecen.
En su campo visual aparece la placa en la que se lee el nombre de la calle. ¿En serio nadie en el ayuntamiento se ha dado cuenta que esta placa tiene una grieta? No, claro que no, está plagado de funcionarios incompetentes. Cuarenta y cuatro veces ha llamado para que alguien le explique si el nombre de la calle se refiere a Beethoven o a la iglesia. Porque él sinceramente escogió la calle porque le pareció sublime que Viena, la ciudad de Mozart, tuviera un guiño tan soberbio a Beethoven (a quién llamaban español negro, o sea, schwarzspanier). Pero resultó que encontró por internet que la calle no se llamaba así por él, sino por la iglesia benedictina de la esquina (o lo que queda de ella). Le pareció un insulto.
¿Por qué tarda tanto en hacerle la comida? No se pueden hacer tantas cosas con lo que le ha dado. ¡Incompetente, se podría espabilar un poco!
Cada vez que llamaba al ayuntamiento por el tema de Beethoven, la recepcionista se lo sacaba de encima con una educación mal disimulada, pero es que a él le parece importante. Si alguien tuvo las agallas de nombrar una calle en honor a Beethoven en la ciudad que adora Mozart, lo mínimo que pueden hacer es honrar esa osadía, pero no: en los registros consta como que se nombró por una iglesia benedictina. ¡Qué vulgar!
A ver si aparece esta inútil. Con el tiempo que ha necesitado más le vale que sea de estrella michelin. La emoción no le deja respirar; con el mal rato que ha pasado, espera que por lo menos esté delicioso.
En la cola del supermercado suele ponerse nervioso en España, aquí en cambio la gente es ordenada y respeta su espacio vital, nadie empieza a poner las cosas en la cinta corredera si él no ha acabado de colocar la compra en bolsas. Para él es un ritual: despliega cuatro bolsas de tela y va ordenando minuciosamente los productos según si son verduras o fruta, carne o pescado, comestibles que no necesitan nevera y resto de cosas. Hoy por alguna razón que desconoce en vez de cuatro, había cinco bolsas. Un pequeño despiste al que no está acostumbrado. Con una mueca, ha dejado la que no necesitaba en el carrito mientras hacía su pequeño ritual. Cuando ha terminado ha cogido el carro y ha salido del supermercado. Lo ha aparcado y ha recogido las bolsas. Entonces se le ha helado la sangre. No se lo podía creer: ahí se le había quedado, sin pagar, exportado desde Murcia, con un color intenso, perfecto, un ejemplar de tamaño extragrande. Un sudor frío le ha recorrido la frente: ha robado. ¿se considera robar si lo ha hecho inconscientemente? Seguramente ante un tribunal sí. No le exime del delito el hecho de no saber que lo ha cometido.
Levanta la vista y, por fin, la cocinera sale triunfal con el plato. Por su sonrisa, más le vale que sea el plato más elaborado que ha cocinado hasta hoy. Al ponérselo delante, él no ha podido evitar una cara que ella ha interpretado como asco, pero en realidad él no quería esconder que era de decepción. ¡Schnitzel! Acompañado de su pequeño e insignificante delito. El schnitzel es un poco como Viena: muy de aparentar y poca sustancia. Que el plato más famoso de la ciudad sea un triste escalope empanado le deprime, aunque lo llamen escalope a la vienesa, que es como para darle importancia. Por no mencionar que lo que lo acompaña, debería ser algo excepcional, no unas simples tiras a la plancha que encima están chamuscadas por las puntas. Su delito reducido a cuatro tristes trozos de verdura.
Se pone una tira en boca, lo saborea, hay un punto entre dulzón y amargo que no recordaba tan intenso, lo mastica poco a poco y de repente nota la desagradable sensación de algo parecido a un plástico. Lo escupe sin hacer ruido, hurga entre el verde intenso y encuentra la razón de su disgusto: una piel. ¿Tan difícil era quitar la piel antes de servirlo? Esto le ha acabado de hundir en el malestar. Por lo menos, ya que ha cometido un delito imperdonable, la cocinera se lo podría haber preparado con cariño. Pues no, seguro que se lo ha hecho adrede.
Corta un trozo de escalope y se lo pone en la boca. Lo mastica y le da una arcada: demasiado seco. Esto es imperdonable. Tira los cubiertos desordenados y mira otra vez la terrible grieta en la placa de la calle.
Hoy se ha equivocado y ha cogido una bolsa de más. Nadie le ha hecho caso en el ayuntamiento al quejarse del nombre de la calle en su llamada número cuarenta y cinco. Respira asqueado. Echa de menos la carne empanada de su madre y no este plato con pretensiones decepcionantes.
Si su madre estuviera viva, la hubiera llamado. Le hubiera dicho algo así como “hoy he robado un pimiento importado de Murcia. Mamá, creo que es hora de volver a casa”. Y al pensarlo se da cuenta que Viena ya no tiene nada que ofrecerle. Después de tanto tiempo, es el momento de dejar esta calle de Beethoven clandestina. Antes de poner un anuncio para traspasar el local, escribirá un artículo en Viquipedia por si algún día alguien busca también el nombre de Schwarzspanierstrasse. Que el mundo sepa que “El mundo” estuvo allí por ser el único trozo de ciudad que no se le dedica a Mozart.
Parece escrito por una escritora profesional, me ha gustado mucho, era intrigante quería seguir leyendo para ver cómo acababa o de que iba la cosa. Fantastico
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Muchas Gracias por tus palabras, me dan plumas para seguir escribiendo 😉
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