Relatos Confinados: Sonreír en un clic

Abre los ojos y, por un instante, casi olvida qué día es hoy. Se levanta y mira por la ventana. La calle está tan tenebrosamente vacía que a Lidia se le escapa una lágrima.

Alcanza a ver el campanario a lo lejos, dando las horas.

Un, dos, tres, cuatro, cinco, seis.

Siempre ha sido madrugadora. Ahora lo es por obligación; si quiere tener un momento para ella, solo le queda dejar de dormir. Él sigue durmiendo, con ese sueño profundo que los hombres no pierden con la paternidad. Mira la cuna y aguanta la respiración; si le despierta ya no tendrá su momento de calma.

Vuelve la vista a través de la ventana, le parece que clarea, o quizá solo son sus ganas de ver luz. Si hoy hubiese sido un día normal, su rutina habría sido distinta. Se habría levantado pronto, silenciosamente para no despertarlos, y se habría tomado el primer café mirando la ventana pero sin llorar. Se habría vestido con ropa cómoda, habría cogido el libro que estaba leyendo y lo habría metido con sigilo en el bolso, sin encender ninguna luz, y habría salido de puntillas, con los zapatos en la mano y cerrando la puerta con una pequeña expresión facial de suspense, asegurándose que ninguno de los dos abría los ojos.

Si hoy hubiese sido un día normal, en la escalera habría respirado tranquila mientras bajaba rápido para llegar al rellano. Habría caminado unos 15 minutos para llegar a esa cafetería donde el café es tan bueno y se habría sentado a leer mientras se tomaba un segundo café, saboreando las páginas sin prisa, con su sabor dulzón de una cucharadita de más de azúcar y el amargo de terminar un libro que le enamoró y se resistía a terminar.

Si hoy hubiese sido un día normal, la ciudad habría despertado poco a poco, con su olor a flores y literatura. De camino a casa, Lidia habría saludado a su librera, que le habría devuelto el saludo con un gesto de felicidad estresada por el gran día. Lidia no alcanza a entender cómo la gente compra libros en Amazon, todo el mundo debería tener una librera (o librero) de confianza, alguien experto en biblioterapia sin haber estudiado, alguien que con solo entrar en la librería pueda decirte, según tu estado de ánimo, qué libro te va a ayudar. Su librera es así: tan especial, observadora, es como su terapeuta emocional, solo que en vez de hacer terapia le vende libros.

Si hoy hubiese sido un día normal, con su saludo de primera hora de la mañana, la librera le habría alargado un paquete, como si de contrabando se tratara. Era su regalo de Sant Jordi, envuelto con una cinta roja y una tarjeta escrita con caligrafía impecable. Su primer libro del día, el primero de varios. Le habría quedado el regalo de su marido, que siempre escogía algo que después pudiera leer él, más que algo que le pudiera gustar a ella. Y luego le quedarían sus autoregalos. Estos no tenían límite, tenía una partida presupuestaria anual especial para el día de Sant Jordi. Los habría comprado con una videollamada a Sara en tiempo real, mientras se enseñaban las portadas y comentaban con falsa modestia lo poco que habían leído en la vida y lo mucho que les quedaba por descubrir. Sara es su otra biblioterapeuta, hace tiempo que los libros de Lidia dejaron de ser solo suyos y pasaron a ser de las dos. Tienen, como a ellas les gusta llamarla, su biblioteca compartida.

Si hubiera sido un día normal, al llegar a casa él le habría dado los buenos días, mientras con una mano le alargaba una rosa recién cortada del rosal y con la otra aguantaba a su bebé que ya no era tan bebé. Le habría dado un beso y le habría dejado la ducha libre para que ella se pudiera preparar para ir a trabajar. Por la tarde, los tres juntos habrían paseado entre las paradas del centro y escogerían, junto con Sara a través de la pantalla, todos los libros que se habrían llevado a casa.

Recuerda su rutina desde la ventana, porque hoy no va a poder hacer nada de eso. Llevan 42 días sin salir de casa. 42 días han dado, con un niño de 2 años y pico, para desarrollar mucha imaginación y leer todos los libros que tenían acumulados. ¡Puto virus! Nadie iba a pensar que el Covid-19, que en diciembre parecía algo tan lejano, un simple virus asiático, iba a joderles el Sant Jordi. Pues sí, se lo jodió. Sin embargo, no piensa dejar que este día deje de ser especial. No habrá paradas de libros ni las conversaciones con la librera, ni con Sara, pero va a tener sí o sí su cena especial.

Él le había dicho que si tanto echaba de menos los libros, se comprará alguno en Amazon. A veces Lidia piensa que no la conoce nada. Jamás había comprado un libro en Amazon y no iba a hacerlo ahora, su librería abrirá en cualquier momento, aunque sea en julio, y entonces los comprará ahí. Sin embargo espera que él no piense lo mismo y tenga un detalle con ella. Lidia va a encargar una cena especial en su restaurante favorito, el restaurante al que hubieran ido si no estuvieran confinados y hartos de verse las caras. Por lo menos espera que él sí que haya comprado un libro por Amazon.

Pero las horas pasan y hoy no hay rastro de la rosa recién cortada, ni ningún signo de un paquete marrón en la puerta. Así que a medida que pasa el día, Lidia pierde la esperanza de que hoy no sea un día distinto a los 42 que han vivido estos días. Está agotada, agotada de jugar con su hijo, agotada de no tener sus momentos, agotada de vivir en el día de la marmota, agotada de teletrabajar, agotada de no tomarse su segundo café. Agotada de estar agotada

Al atardecer él parece haberse olvidado que hoy es hoy. Lidia se arrepiente ahora de haber encargado la cena, que pagará con su tarjeta y no con la de la cuenta conjunta, porque le parece que ya no les queda nada que celebrar.

Entonces pasa lo que lleva todo el día esperando. Suena el timbre y al otro lado del interfono el repartidor le anuncia que tiene un paquete para ella. A Lidia le brillan los ojos y se emociona mientras dice un “gracias, cariño” al que él contesta con una mirada que ella no sabe descifrar.

Al final él sí que compró en Amazon, será un pequeño secreto que le esconderá a su librera para no herir sus sentimientos. Desde el sofá él parece fingir que no sabe qué pasa. Siempre ha sido un mal actor, piensa ella.

Pero al abrir el paquete y descubrir el libro que perdió hace años, antes de conocer a su marido, sabe que no es un mal actor, realmente no ha sido él.

“¿Sabes que Amazon tiene una opción de comprar en un clic? Pues en un clic encontré La niña del vestido rojo, ese libro que dejaste a alguien y que nunca volvió. En un Sant Jordi tan apocalíptico, espero haberte traído una sonrisa en un solo clic. Sé que este es tu primer Amazon, pero ya sabes que situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas. No me lo tengas en cuenta, yo a tu librera no se lo voy a contar 😉 Te quiero. Sara”

Ella abraza el libro, como si abrazara el tiempo que está estancado y se da cuenta que aunque no haya sido él, por lo menos ha tenido su Sant Jordi especial.

Entonces llega la cena, con tápers reutilizables y olores familiares. Mientras él pone la mesa, Lidia piensa que es curioso que Amazon haya salvado su día, su primer Amazon le ha regalado una sonrisa con un solo clic.

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